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El Telégrafo
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Carlos Motoche rescata con murales el espacio público deteriorado

Un paredón atrás de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Guayaquil, en la ciudadela Quiquís, cambió en tres horas su aspecto deteriorado. Ahora exhibe un colorido mural.
Un paredón atrás de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Guayaquil, en la ciudadela Quiquís, cambió en tres horas su aspecto deteriorado. Ahora exhibe un colorido mural.
Foto;:Muñoz/ Telegrafo
28 de enero de 2020 - 19:13 -

Recién son las 10:30 y la temperatura en Guayaquil supera  los 30 grados centígrados, la humedad es de 60% y el índice de radiación ultravioleta llega a 11, nivel extremadamente alto, según todos los canales meteorológicos, incluido el Inamhi.

El cielo despejado y la ausencia de árboles permiten que los rayos del sol golpeen con violencia la humanidad de los guayaquileños.

Luego de dar varias vueltas por las desaliñadas calles de la ciudadela Quisquís, en el norte de Guayaquil, la ropa se empapa de sudor. En una vuelta más, antes de darnos por vencidos, divisamos a nuestro entrevistado.

Se trata de Carlos Motoche, artista urbano que hizo una parada en el puerto principal, luego de participar durante una semana en el Festival Casitas de Colores, en la comuna  La Entrada, límite provincial entre Santa Elena y Manabí, en la ruta del Spóndylus.

Carlos camina a paso lento, pero agitado por el sofocante calor. Su rostro rezuma sudor, como si recién se hubiese lavado la cara. Carga una caja repleta de tarrinas llenas de pintura de varios colores y se disculpa por no haber estado donde ofreció.

Explica que fue a una ferretería ubicada en Urdesa para buscar un poco de la pintura que le faltaba para rescatar una pared del sector.

Pareciera que fuera loco, que hiciera cosas sin sentido, sin ningún propósito”, reflexiona mientras muestra la pared sobre la que tiene previsto plasmar su arte.

“No. En esa pared no harás  nada, esa pared es prohibida”, le advertimos. Sus ojos saltan de sorpresa. ¿Por qué?
Se trata de la casa de uno de los personajes más temidos de la década de los 90.

Carlos Motoche se descompone y aclara que jamás ha tenido problemas, que nadie se ha opuesto a que dé color a una pared, “ni siquiera los Ñetas que dominaban territorio por mi barrio cuando vivía en Guayaquil”, cuenta con una tímida sonrisa.

Carlos es joven, no sabe quién es el dueño de esa gigante casa con enormes paredones. Desconoce que la fama del personaje que fue caporal en las invasiones del norte y sur de Guayaquil es peor que la de los Ñetas.

Buscamos otro sitio. Atrás de la Facultad de Comunicación Social (FACSO) de la Universidad de Guayaquil está el lienzo perfecto.

En esas calles que parecen una ciudad paralela, por donde jamás ha pasado una escoba de la empresa recolectora de basura, se verá muy elegante una obra de KinMotoche, el nombre artístico de Carlos.

El espacio elegido está contaminado con rayones, órdenes de no “orinarce” y de no “votarbasura.
Hay además un cartel que oferta el alquiler de una suite totalmente amoblada y segura. El suelo, sin embargo, está lleno de cables rotos, ramas secas, escombros, incluso heces humanas, el espacio perfecto para rescatar.

“Creo que este es el mejor ejemplo que puedo dar a los niños y a los jóvenes. Con un poco de creatividad, buena voluntad y amor se puede rescatar espacios deteriorados”, reflexiona el joven.

Carlos tiene 27 años, hace dos se graduó de educador en la Universidad de Guayaquil, y durante este tiempo se ha entregado de lleno a su “trabajo social” de rescatar paredes y espacio público en distintos pueblos del Ecuador.

Estuvo en Marcelino Maridueña, Guayas, donde junto a otros 30 artistas, algunos venidos de Chile, España, Perú y Colombia, pintaron 40 obras en el proyecto “Pintando el Monte”, que ahora decoran las paredes de ese cantón.

El día de nuestro diálogo llegaba de La Entrada, Santa Elena, donde estuvo una semana imbuido en el proyecto Casitas de Colores. Sus obras se exhiben también en Machala, Santa Elena, Anconcito, Portovelo, Zaruma y en muchas paredes de Guayaquil.

Con mucha sencillez, pero con elocuencia absoluta, Carlos Motoche aclara que no es un iluso por andar por ahí regenerando paredes sin recibir pago alguno.

“En la universidad me di cuenta de que enseñar, ser educador o maestro no es una actividad exclusiva de un salón de clases. Esto es educación”, dice mientras le da la forma a un ojo de tigre que pinta atrás de la FACSO.

En ese instante pasa una señora y se detiene a observar. “¿Qué hacen?”, pregunta desconfiada. Carlos le explica que está rescatando la pared con un mural.

La mujer sonríe, agradece y se aleja con el pecho colmado. (I)

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