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El Telégrafo

Dejar de ser

Dejar de ser
16 de junio de 2015 - 00:00 - Por: Pedro Ortiz Jr.

Dan ganas de dejar de ser el que se es cuando nada cuadra en el panorama, cuando el paisaje ya no sabe a nuevo, cuando te cansas de intentar obtener nuevos resultados con viejos trucos.

¿Cómo es eso de querer ser otro? Tal vez dejar caer los brazos y empezarlo todo otra vez desde cero, pero con ganas distintas; con barba y pelo largo, con menos libras o más panza, pelo amarillo o rojo o rosa, tatuado o con tatuajes borrados.

Es que a veces mejor que preguntarnos quiénes o qué somos debe ser más interesante ponernos a pensar ¿para qué somos? La cuestión ya no es entre ser o no ser sino ¿para qué ser?, y ¡para qué estar!

Es lo que se puede llamar filosofía barata mientras se va gastando zapatos de goma. Pero no importa quemar suela porque no se aburre el que ama perseguirse a sí mismo, además la paradoja del aburrido es que se divierte con todo y si a la pasión le sumas reflexión, obtienes sabiduría.

¿Sabiduría para qué? Pues para alejarse de la figura del ídolo con pies de barro que supone la versión criolla del sabio que es el sabido, una letra y un abismo, porque la ignorancia es atrevida.

Para el apunte hay que decir que la ignorancia te hace feliz un rato mientras que el conocimiento te hace libre para siempre y que no hay nada más atrevido que el conocimiento, eso de que “la ignorancia es atrevida” solo ha sido un halago condescendiente.

Por eso Twitter tiene éxito, porque puedes escribir todo lo que le gritas al televisor y la traición al rock se paga con una vida de sobriedad infértil. ¿Acaso lo único que se necesita saber no es que Elvis cantaba en español con el nombre de Sandro?

Anote y lleve, escribe, grafitea, oiga, mire y vea que los pensamientos son gratis, los consejos cuestan un poco más, a veces no de entrada sino de salida, cuando tenemos edad de entenderlos rebotan dentro de las paredes de la cabeza frases como la que me dijo un viejito sentado con una escoba en el portal de su casa en el Barrio Las Peñas, cuando un grandote delante de él se fue de oreja: “El que disfruta ver caer un gigante es porque se siente chiquito”, y cuando le pedí que me diera otro momento de iluminación magistral me dijo: “Si tu olla arrocera hace cocolón, ¡cásate con ella!”. (O)

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