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El Telégrafo

Eloy Alfaro y el despertar popular

02 de febrero de 2014

Los hechos que ocurrieron el 28 de enero de 1912 con el asesinato de Alfaro y sus tenientes, no impidieron que su ideario y proyección histórica continúe en las luchas y reivindicaciones del pueblo ecuatoriano. El alfarismo, ala radical del liberalismo, sabía que la revolución tal como lo dice José Peralta: “si no se redime al indio, no podrá ser terminada” comienza a debatir sobre la necesidad de luchar por un cambio en la tenencia de la tierra. Posterior a 1912, hay una sucesión de gobiernos plutocráticos, con una composición de clase concertada entre la burguesía guayaquileña y los sectores terratenientes de la sierra, cuyas fuerzas, que apoyan estos gobiernos, fueron quienes organizaron la masacre de El Ejido.

Leonidas Plaza, vinculado a sectores gamonales de la sierra, o Baquerizo Moreno, José Luis Tamayo y Gonzalo Córdova fueron presidentes impuestos por la banca, mediante fraude electoral y negociaciones comerciales, que una vez en el poder explotaron cada vez al pueblo, creando una tiranía agrícola que doblegó toda aspiración popular de crear una verdadera democracia.

Pero el pueblo, como una marejada, se levanta en medio de la angustia y la explotación, como una masa colérica, rebelde, implacable, insurgente; los indígenas y la clase obrera vanguardizan la lucha durante décadas. Entre 1913 y 1916, desde Esmeraldas, se organizó un movimiento revolucionario de grandes proporciones, dirigido por Carlos Concha Torres, viejo alfarista radical, que con machete en mano, movilizó a las montoneras para luchar contra la tiranía Placista. Consecutivamente, las sublevaciones en varias partes del país se intensifican: en 1913 los comuneros de Chillanes en la provincia de Bolívar; en 1914, el levantamiento indígena por la entrega de las tierras de las haciendas Quinua Corral y Espino; los levantamientos indígenas de 1916 en San Felipe del Cantón Latacunga que terminó con la masacre de una veintena de indígenas; la sublevación indígena de 1920, en la provincia del Azuay, en varias comunidades como Quingeo, Sitcay, Sinincay, entre otras, quienes intentan tomarse la ciudad de Cuenca siendo posteriormente masacrados; los levantamientos indígenas de 1923, en Sinincay, en Pichuibuela, en Urcuquí y en Leito, siendo esta última una de las más cruentas matanzas, tal como lo cita Oswaldo Albornoz a Efrén Reyes, en su obra ‘Del Crimen del Ejido a la Revolución de 1925’.

Pedro Saad Niyaim, en uno de sus primeros trabajos denominado ‘El Ecuador y la Guerra’ en 1943, señalaba que “Nuevamente el pueblo marcha detrás de un jefe que ha vivido con él, que es la expresión humana de sus anhelos y de sus ideales. Nuevamente, marchan los hombres de Guayaquil, los campesinos de la costa, los indios con sus coroneles y generales, marchan esta vez tras Alfaro, hacia la revolución liberal, creyendo encontrar en ella la liberación definitiva, la liberación que pudo haber venido y no vino, porque otra vez el encomendero emboscado en los riscos andinos y en los bosques tropicales, apoderándose de la revolución, detiene su marcha, la desvía, y deja para nosotros la gran tarea histórica de continuar esa revolución y de llevarla hasta el fin”.

Miguel Cantos Díaz
Investigador social
C.I.: 1714738000

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