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El Telégrafo

Yasuní y EL TELÉGRAFO

01 de septiembre de 2013

En solo la edición del viernes 30.8.2013 se escriben estas columnas: Editorial "¿El pacifismo no forma parte del ecologismo?"; Sebastián Vallejo, "Yasuní: llegar a fin de mes"; Roberto Follari, "Ambientalismo súbito"; Pablo Salgado, "Ahora todos los medios son ambientalistas".  Todos señalan, acertadamente, el vuelco del poder oligárquico, del desentendimiento a la casi mística defensa del Yasuní y su preocupación -farisaica- por el riesgo que correrían los pueblos no contactados, de perfeccionarse el famoso Plan B. 

Así, el panorama aparece de este modo: una confrontación entre el gobierno y su afán de explotar el petróleo para continuar la gigantesca obra, con inversión pública para el desarrollo del país, versus unos hipócritas politiqueros y una prensa corrupta al servicio de los intereses del poder económico, que solo pretenden medrar para atacar al gobierno y procurar su desestabilización.
Ninguno, salvo una tímida alusión, menciona a la otra fuerza, la que legítimamente, argumentadamente, rechaza la incursión petrolera, contaminadora, en un territorio constitucionalmente declarado como intocable.  Esa fuerza, constituida por miles de indígenas -a los cuales, desafortunadamente, el líder de la RC califica de infantiles, engañados o vendidos- y miles de hombres y mujeres de la ciudad y el campo, que se oponen a la extracción de los campos del ITT, por su afectación no solo a los pueblos originarios que por allí caminan en su nomadismo, en su disfrute de la vida libre, sino a la naturaleza toda.  Y, obviamente, defiende la tesis de que mantener el aceite bajo tierra contribuye a disminuir la polución que amenaza a la vida en el planeta. Tesis sostenida desde un comienzo por el proyecto gubernamental.

El desconocimiento a esta fuerza contestataria no es gratuito. Quienes la ignoran o la minimizan o la descalifican buscan esconder la verdadera condición revolucionaria de su intención. (Cuando aludimos a esta fuerza ignorada, no nos referimos, claro está, a aquellos infiltrados, incluso por la CIA, como la señora Tibán o los beneficiarios de los aportes de USAID, sino al pueblo llano, a la izquierda sincera, a las voces que, como la de Pedro Pierre, claman por otra solución).

Hemos dicho -aunque nuestra voz carezca del eco deseable- y compartiendo la opinión del cura revolucionario -columnista de El Telégrafo- que sí hay alternativas.  La más idónea: hacer realidad el "Socialismo del Siglo XXI", lo que comporta socializar la enorme riqueza acumulada en las pocas manos de banqueros, grandes importadores y agroexportadores, enormes cadenas de supermercados, gigantescas telefónicas móviles.  Riqueza arrancada de las manos de los que viven de ellas: los trabajadores del campo y las ciudades, las amas de casa, los burócratas mal remunerados, los viejos jubilados que entregaron salud y vida para producir la plusvalía que la burguesía usurpa. Inviable, por cierto, si el giro a la derecha solo pretende la modernización del capitalismo.

Respondemos, así y de algún modo, a la observación de Sebastián Vallejo cuando afirma: "Un movimiento que reclama la conservación, pero que no termina de dar soluciones efectivas"..... Y al Editorial que señala: "no hace falta ir con garrotes, palos y cadenas", cuya observación es válida, pero excluye informar o comentar al menos, que los espacios públicos pueden, por orden ministerial, ser usados solo por los partidarios del gobierno, lo que impidió el acceso de los manifestantes contestatarios a la emblemática Plaza Grande, en la más clara demostración de conducta antidemocrática.

Reiteramos: Adherimos a la denuncia del fariseismo exhibido por los neoecologistas, la prensa "independiente" incluida.  Reclamamos por el silencio a la otra voz, la de los desheredados.  Protestamos porque se ignore la propuesta de plasmar, en verdaderas acciones transformadoras, no solo de la matriz productiva, sino del modelo económico: de capitalista a socialista.  ¿No fue ese el fin estratégico -ahora ignorado- de la Revolución Ciudadana? O van a calificarnos con el socorrido adjetivo de dogmáticos o infantiles.

Jaime Muñoz Mantilla

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