Mi carrera como educadora en Canadá se ha concentrado en la enseñanza de lenguas extranjeras a niños y jóvenes de bajo y alto rendimiento académico, incluyendo a los superdotados. Mi trabajo en la universidad con futuros maestros ha sido precisamente en la formación de profesores.
En 1997 viajé sola, acompañada de mis dos hijos que apenas empezaban a conocer sus raíces paternas. Matriculados por su tía en una buena escuela, experimentaron la implementación de la reforma curricular. Me sorprendió lo progresivo que parecía ser en teoría, dado que no era un reflejo de la ciudadanía que yo atestiguaba en las calles.
Estudié a fondo la reforma curricular, la analicé y hasta escribí un artículo que fue publicado bajo el título ‘¿Se educa democráticamente en Ecuador?’. No le pedía ningún favor al currículo norteamericano que conocíamos. Sin embargo, según mis observaciones, su implementación carecía de muchísima preparación, tanto del profesor como del administrador, de los padres como de las autoridades políticas, cívicas, etc... Es mucho más fácil implementar un currículo piramidal con el profesor al centro, dictando información. Este tipo de pedagogía solo puede formar a los ciudadanos de una autocracia. La reforma curricular del 97 exigía un facilitador del aprendizaje, un método que tuviera al alumno como protagonista de su propio desarrollo académico.
En esa época me fijé en el entusiasmo de los profesores en querer mejorar sus conocimientos a fin de poder implementar esa reforma, a pesar de sus pésimas condiciones de trabajo. Di varios talleres en instituciones públicas y privadas. Compartí mis conocimientos y experiencias, pero me di cuenta de que era un trabajo imposible la implementación de esa progresiva reforma curricular.
El profesor y sus alumnos no son una isla. Viven en una realidad cultural, tanto local como nacional, en la que se necesita apoyo mutuo, tanto en valores como en objetivos. ¿Cómo podrían los profesores implementar un currículo cuyo fundamento principal se basaba en el respeto mutuo entre: alumnos y alumnas, alumnos y profesores, profesores y administradores, administradores y padres de familia? Ese respeto no siempre se veía ni en la escuela ni en la sociedad.
Hasta cierto punto se ha logrado en Ecuador sobrepasar esas barreras y, más allá de las escuelas del milenio y las universidades de primera, el país está trazando un camino que incluye a todos en lo más básico y esencial de una sociedad democrática: una educación sólida, solidaria y de calidad.
La responsabilidad de un gobierno de proveer un excelente sistema de educación, con profesores competentes y bien remunerados, y escuelas y colegios con todo lo necesario para que todos puedan aprender, es una parte de la ecuación. Los padres de familia representan la otra parte, la de apoyar a sus hijos y profesores en ese trayecto educativo que va más allá del aula. Así contribuyen a una sociedad donde ambas partes preparan a los futuros ciudadanos de una democracia. (O)
Ana María Pereira-Castillo