La popularidad del Alcalde fue muy efímera, pues sus mentores, entre ellos algunos expertos en neoliberalismo, propusieron la fórmula simple de engatusar al pueblo con ofertas desmedidas que de antemano sabían que nunca tendrían cabal cumplimiento.
Todo el plan, muy bien trazado, se reducía a tomarse la capital para satisfacer apetitos de grupos que ya no gozaban de las prebendas anteriores a Barrera. Muchas e inmensas fortunas se han consolidado desde la Alcaldía de Quito y no pocas figuras políticas han usado la Alcaldía como pica para aspirar y, en algún caso fatal, llegar a la Presidencia de la República.
Mauricio Rodas hace parte de estos dos mayúsculos cometidos, y por supuesto, el trabajo honrado a favor de la ciudad pasa por un segundo plano.
La ciudad que apenas hace dos años era nominada para todo premio internacional, presenta ahora la lúgubre cara del abandono, ningún proyecto serio de desarrollo comunitario tiene cabida y los muchos que quedaron en carpeta están abandonados o se los ha continuado, pero con la debida renegociación que le está costando al famoso (a decir del Alcalde) “bolsillo de los quiteños”. El articulista Pablo Salgado invoca al Alcalde a que ya es hora de cambiar. ¿Cambiar?, ¿cambiar qué?, el programa propuesto se lo está cumpliendo y no hay nada que cambiar.
El único llamado a cambiar es el pueblo de Quito, que no puede continuar así y debe volver por sus fueros de ciudad indómita, jamás sometida a advenedizos aventureros que la pretenden pisotear.
Eco. Fernando Cabezas C.