Quise hoy escribir sobre la ciudad de mis amores, mi Guayaquil querida. Vi la luz primera en esta hermosa metrópoli en 1979, y a partir de ese momento, en la medida que fui tomando conciencia de mi entorno, me fui enamorando de sus calles. Al principio de manera teórica; en la escuela, con las lecciones de Lugar Natal; y luego, en la medida que fui creciendo, al caminar por la urbe.

No fue hasta que cumplí los 18 años que pude caminar solo por el laberinto rectilíneo del casco urbano. Por esos años ya la ciudad había sido transformada por la regeneración urbana, que había producido lo que yo llamo la ‘degeneración humana’, por los métodos represores con los que se ordenó la ciudad. Pero ni siquiera todo esto le quitó aquella magia caótica propia de una ciudad portuaria, como lo es la ‘Perla del Pacífico’. Esa característica tan nuestra que nos lleva naturalmente al desorden.

Por varios años viví en el extranjero, en una ciudad relativamente ordenada, pero nunca dejé de añorar este maravilloso caos de mi amada Guayaquil. Hoy reflexiono, luego de haber experimentado la lejanía, que no hay lugar en el mundo en el que yo quisiera vivir que no sea en la cuna de los huancavilcas.

Sin embargo, este modelo de desarrollo neoliberal implementado en nuestra ciudad nos ha arrebatado el espacio público, como punto de encuentro de las diversidades que se conglomeran en el puerto. Creo que debemos retomar nuestro innato espíritu rebelde y reconquistar nuestra ciudad que ha sido arrebatada por una construcción unificadora y estandarizada de lo que quieren que seamos y no lo que en verdad somos como guayaquileños.

Lcdo. Luis Miguel Córdova Soria