Caminando por ciudades grandes, medianas y pequeñas de nuestro país, a la vuelta de cada esquina, nos encontramos con mendicidad, tanto por ecuatorianos como por venezolanos que también practican esta forma de supervivencia.

Hoy por hoy estiran las manos, gimotean, parlamentan, muestran angustias en sus rostros, niños, mujeres, adultos mayores que al no existir esperanzas de nuevas fuentes de trabajo se ven abocados a limosnear para no caer en las garras de la delincuencia.

La recolección de botellas se ha convertido en un oficio asequible o trabajo informal de los llamados recicladores o chamberos, que antes se conocían entre sí. Ahora tienen una competencia creciente  por parte de quienes hace apenas 3 o 4 años se consideraban clase media.

Salen en las noches señoras solas o acompañadas y en grandes bolsos o carteras guardan las botellas que sacan de los tachos de basura. Si hay miradas indiscretas, a manera de justificación, argumentan que las necesitan “para la tarea escolar de la niña”.

Con un inmenso dolor de patria, comparto algo de lo que fui testigo: De un tanque de basura, un joven de no más de 18 años, con mochila deshilachada al hombro, zurcida en los extremos, tenía al alcance de sus manos varias botellas, pero no las tomó, hurgó y halló cinco tortillas de maíz, desechadas seguramente por no ser aptas para el consumo.

Las revisó, las olió profundamente percibiendo que no emanaban acidez (paso previo a la pudrición) y se aprestó a guardarlas, no sin antes pedirle a la señora que muy cerca vendía chucherías, que le regalase una hoja de papel, no la funda plástica que le ofrecía, porque las tortillas se malograrían antes de llegar a su casa. Le pregunté por qué no llevaba las botellas. No contestó.

No puede ser que para los gobernantes estas situaciones generalizadas pasen desapercibidas. (O)