La verdad, estaba convencido de que, según los resultados finales emitidos por el CNE, el “Sí” había triunfado en las 10 preguntas planteadas
en el referéndun-consulta popular efectuado
meses atrás. Pero de repente comienzan las
manipulaciones, los maniqueísmos, las
sesudas interpretaciones.
Una ya se esperaba, patrocinada por la oposición, partidócrata: el boicotear la transformación de la justicia, intentos que, al menos por ahora,
fracasaron; la otra, referida a la muerte de un animal en espectáculos públicos, ha tenido una sorprendente y decepcionante resolución adoptada por parte del Consejo del Distrito Metropolitano. Mediante ordenanza, permiten, avalan
el asesinato del toro, fuera del ruedo, no delante del público.
¡Gran cosa!, ¡buena está la pendejada! Perdón por el lenguaje intolerante, pero cuando al espíritu de un pronunciamiento le ponen “barreras” lo prostituyen y lo acomodan para pretender contentar a todos, da como resultado este parto de los montes.
Lo penoso es que todo se ha dado con el respaldo de un muy buen alcalde de la Revolución Ciudadana, que por sus gestos, sus acciones y hasta su modo de hablar, lo sentíamos como un exagerado humanista. ¿Se le habrá salido un carajo alguna vez?
Hoy estamos, insisto, intolerantes, indignados, nunca “cabreados”.
Por si fuera poco, en una confusa aclaración, un concejal quiteño dice que votó en contra de la ordenanza, porque iba contra lo sucedido en la consulta; pero cuando sufragó en el acto electoral su voto también fue negativo.
Juro que no soy regionalista, pero en este particular caso, la supuesta simpleza portuaria tiene más claridad que la elaborada sabiduría capitalina.
El pronunciamiento popular no fue ambiguo, es absoluto, mandatorio. Hagan su “fiesta”, sin matar adentro ni afuera ni a los costados de la plaza al majestuoso toro, que aunque le pregunten no puede contestar. Y la estocada es mortífera a la luz de la tarde o en la penumbra de las cuadras.
Andrés Martínez Arrata
Sociólogo
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