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El Telégrafo

El sol y la humanidad, una relación peligrosa

22 de enero de 2019

Escribo esta carta para que los jóvenes cuiden su piel desde ahora. Mi enfermedad dermatológica es consecuencia de mi desconocimiento, me la ocasioné por la alta exposición solar recibida durante mi juventud. Yo me bronceaba desde las 09:00 hasta las 18:00, con productos muy reconocidos en el mercado nacional, hasta quedar negra como carbón.

Hoy, a mis 68 años, debo agradecer que, por suerte, tengo lesiones benignas y no cancerígenas. Empecé con una picazón y terminé con manchas blancas y oscuras en mis brazos, creí que tenía vitiligo, pero el doctor me indicó que eran lesiones crónicas benignas, producto de una excesiva radiación solar. Para mi alivio, el problema es tratable con cremas, cambio de jabón (de antibacterial a uno de glicerina o leche) y el uso de protector solar.

Es importante que visiten a un especialista al mínimo cambio de color en la piel, crecimiento de lunares, dolor, picazón o sangrado. A los que tenemos seguro de salud estatal, les recomiendo ir al Hospital Los Ceibos del IESS, por la buena atención que me dieron en el área de dermatología y porque cuentan con equipos especializados para la detección de lesiones malignas.

Aunque parezca natural que nuestra vida transcurra bajo el sol sin que tengamos que intervenir, estamos equivocados, pues la piel tiene memoria. Lo peor es que, al no ver inmediatamente los efectos de la radiación en nuestra piel, pensamos que no existe riesgo.

Sin embargo, los rayos UV se acumulan. Debemos usar protector solar a diario, así evitaremos a futuro padecer enfermedades. Sé que cuesta mucho, pero vale la pena. (O)

María Auxiliadora Colmont Moncayo

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