Sobre el incendio provocado en Cartagena por Dania Londoño con clara participación del servicio de seguridad de EE.UU. y que dicen que lo ha puesto rojo a Barack Obama -bueno, eso es un decir, y que por cierto ya en algunas ocasiones lo ha mencionado la derecha americana, refiriéndose al color del mandatario-, pero todos sabemos que de rojo Obama tiene muy poco, ya muchos quisiéramos que por lo menos tuviera el matiz espiritual de Martin Luther King o de Nelson Mandela. Pero volvamos al incendio y Dania Londoño y al incendio en Guayaquil, en el almacén de pinturas ubicado en Luis Urdaneta, entre Ximena y Riobamba.

Se señala que habían bodegas clandestinas y una serie de irregularidades en torno a certificados y permisos de funcionamiento inexistentes para las labores que realmente se ejercían,  que toda la parte interior era clandestina y que no tenía permiso del Cuerpo de Bomberos, pero algo que queda claro en este gran cuadro de ruina es que las pinturas que se utilizaron no fueron rojo ni negro ni blanco, sino la inhumana ambición, la grandísima y catastrófica pincelada que está siendo coloreada y alabada en todo el mundo, no solo en Cartagena por la bella y voluptuosa Dania Londoño y en Guayaquil por nuestros queridísimos y exitosos empresarios.

Estas pinturas de estos incendios modernos el mismísimo Nerón absorto observaría. Pero qué colores, qué obras tan maravillosas, y los utilizan para celebrar en las mejores iglesias sus matrimonios y con las más bellas recepciones en los mejores hoteles y seguramente vacaciones en el colorido y variopinto Caribe, o en un viaje a Europa recorriendo desde los países nórdicos hasta llegar al Mediterráneo en un amplio registro de tonalidades, o a Disneylandia, sí; si a Disneylandia capaz que se fue Dania, que por cierto ha dicho durante algunas entrevistas que decidió dedicarse a ese trabajo porque con él se podía dar un estilo de vida del que gusta, así como darle calidad de vida a su hijo.

Y es esta la lógica que se emplea en Guayaquil, en Cartagena y en la Roma de Nerón, y también en Washington, cómo no. Pero ojo, y sobre todo en este caso oídos, pues vale escuchar la canción “Aquarela”, de Toquinho, ya que si aun el más bello dibujo en palabras de este autor descolorara, yo me pregunto qué pasará con el cuadro que estamos pintando.

Rodolfo Salazar Ledesma
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