“¡Auxilio, ayuda, por favor...!”, gritaba con desesperación alguien en el condominio. Bajé al primer piso y hallé a una joven vecina llorando al borde de la histeria con su pequeño hijo en brazos. Aturdido, pensé que algo le pasaba a su bebé. Sollozando, me indicó que su madre se había desmayado y no reaccionaba. Entramos al departamento hasta llegar a la habitación donde yacía la señora. En medio de su angustia, la chica llamó al 911 para pedir una ambulancia mientras yo revisaba los signos vitales de su mamá. Su pulso era casi imperceptible. Me pasó el teléfono para dar los datos, pero la persona que estaba en la línea me dijo que no había unidades disponibles, que por favor trasladáramos a la paciente por nuestros propios medios al centro de salud más cercano. En este caso era el Teodoro Maldonado Carbo, del IESS. No había tiempo que perder. Salí en busca de un taxi. Le expliqué la situación al chofer y accedió a esperar. Abordamos el vehículo que arrancó a toda velocidad rumbo al área de emergencia del hospital. Cuando llegamos, nos encontramos con las puertas del estacionamiento cerradas. De no ser por el insistente pitar del chofer y el solidario escándalo de varias personas para que abrieran, quién sabe cuánto más habríamos tardado. Una vez dentro, el carro se detuvo en la entrada del área de emergencia. Aguardamos a que se acercara un camillero, pero ninguno apareció. La gente que se hallaba afuera de la puerta de ingreso empezó a gritar para alertar a médicos o enfermeros que alguien necesitaba ayuda. La puerta se abrió y un tipo se asomó solo para decir que no perdiéramos tiempo (¿más?), que no había camillas disponibles (¿?).
Una indignada señora, que seguramente compartía con otras personas la incertidumbre de no saber nada sobre la condición de sus seres queridos, exclamó: “¡Es el colmo! Parece que el presidente Correa tiene que venir otra vez para que la atención mejore, por lo menos dos meses, porque esto está cada vez peor...”.
Con mi vecina en brazos entré lo más rápido que pude, entonces se me acercó una doctora (supongo que lo era) para advertirme que no había camas desocupadas. Empezó a invadirme una sensación de impotencia y rabia ante ese deprimente cuadro. En ese momento, al final del corredor, en el último cubículo, me indicaron que había una cama. Pero ya era tarde...
Esta experiencia inevitablemente me lleva a reflexionar: ¿Las entidades llamadas a brindar ayuda de emergencia -en este caso el Sistema Integrado de Seguridad (SIS) ECU-911 y el hospital del lESS Teodoro Maldonado Carbo- están realmente en capacidad de hacerlo o es solo lirismo publicitario lo que se difunde en los diversos medios de comunicación respecto a la eficiencia de sus servicios?
Al ECU-911 fueron dos veces las que se llamó para solicitar una ambulancia, que nunca llegó porque “no había unidades disponibles”; en cuanto al área de ‘emergencia’ del hospital Maldonado Carbo, ¿qué se puede esperar si, de entrada, no hay una camilla para recibir al paciente que llega y, una vez adentro, resulta que tampoco hay una cama disponible?
¿Será cuestión de suerte contar con un auxilio eficaz y oportuno? O quizá sea necesaria una visita sorpresa del Presidente, como vociferaba aquella señora afuera del área de emergencia del hospital del IESS.
Tomás Morocho