Más que una ideología, un sentimiento de identidad y pertenencia, que nos permita apreciarnos un poco más, dentro de esa gran diversidad étnica y cultural que nos caracteriza y que ese bien denominado proceso de “mc-donalización” amenaza con echar abajo. Provocando el deseo inconfesable de vivir, pensar, vestir y actuar como el occidental.
Creando esquemas mentales, complejos raciales y el uso tan común de epítetos peyorativos entre nosotros como “cholo” -que muy bien nos define como raza, producto del mestizaje indohispano y que en un medio con suficiente madurez cultural no debería ser motivo de afrenta- para los que menos tienden a aproximarse a esos cánones físicos ideales, que a través de ese inmenso y abrumador linche mediático que traspasa fronteras -y con central de poder en aquel país, que ha hecho del espionaje la mejor demostración de diplomacia- nos han impuesto sutilmente, en beneficio de sus nobles intereses.
Ecuador, edén de oportunidades, y en especial para el foráneo que ve cómo por arte de magia se le abren puertas y ventanas en ámbitos diversos, lo que hasta cierto punto es entendible, pues nuestra economía, deficitaria de por sí, requiere recursos provenientes del turismo.
El problema nace cuando las condiciones no son de reciprocidad y para el nacional -ecuatoriano-, largas colas le toma el poder avizorar la idea sola de obtener una visa, no se diga de encontrar oportunidades en países en donde el desprecio y la humillación han socavado la autoestima de nuestros compatriotas.
Importante resulta valorar nuestras capacidades, elevar nuestra autoestima como pueblo y nación progresista, sintiendo un sano orgullo de nuestras raíces a sabiendas de que el negro, el indio y el cholo son parte de nuestra historia e identidad.
Tito Javier Espinosa Vélez