Era y es lo máximo para un guayaquileño llegar cada año a los festejos octubrinos, en particular para los estudiantes que se preparaban desde el inicio del período lectivo en mayo, con los ensayos de los desfiles con sus bandas de guerra, cachiporreros (as) y abanderados (as), que culminaban con el magno desfile el 8 de octubre a lo largo de la av. 9 de Octubre, con el clásico saludo a las autoridades en la improvisada gradería al pie de la II Zona Militar. El desfile terminaba en la Columna de los Próceres, en el parque Centenario, para el regocijo de toda ciudadanía que veía orgullosa el paso de los jóvenes llenos de garbo y fervor cívico.
El 9 de Octubre era el magno desfile cívico militar encabezado siempre por el Presidente de la República y las demás autoridades locales. Luego los consabidos festejos barriales, con juegos de pelota (indorfútbol) en las calles, torneos de cintas, palos ensebados y las elecciones de reinas y los infaltables bailes en su honor, como una muestra más de homenaje y en recuerdo a la independencia de Guayaquil, que se refleja con el coraje del guayaquileño, la permanente pujanza por la superación.
El ser guayaquileño es sinónimo de ser dicharachero, cordial, servicial, leal y, como es el decir de los jóvenes de las actualidad, es ser ‘chévere’, ‘bacán’; madera de guerrero, bien franco muy valiente, jamás siente el temor; el guayaquileño es de la tierra más linda y no hay nadie quien lo iguale, como lo dijo el poeta en su canción. Guayaquil tiene impregnado en su espíritu la libertad y ahora es la gran metrópoli a la que todos los ecuatorianos acuden en busca de realizar sus sueños de superación. Ser guayaquileño es ser un ecuatoriano, sinónimo de honestidad y orgullo de serlo.
Ab. Fernando Coello Navarro
Profesor universitario
C.C. 0900469818