Mi presente, que hoy vivo, es la suma de los ayeres de errores y aciertos. Me he caído muchas veces, pero con mucha energía me he vuelto a levantar, quiero hacerle participar de una reflexión, que el parecido con mis vivencias no es pura casualidad. Las siguientes palabras están estampadas en las criptas de la abadía, expresando la siguiente sentencia (reflexión adaptada): “Cuando era adolescente, libre y mi imaginación no tenía límites, soñaba que podía cambiar el mundo. Al volverme adulto, y creía que era más sabio, descubrí que el mundo no cambiaría, entonces acorté un poco mi objetivo, y decidí cambiar solo a mi país. Pero también él parecía inamovible.
Al cruzar los cincuenta, por último, desesperado, me propuse cambiar solo a mi familia, tampoco lo pude; quise hacerlo con mis allegados, pero, por desgracia, no me quedaba ninguno. Y ahora que estoy queriendo comenzar de nuevo, me doy cuenta: Si me hubiera cambiado primero a mí mismo, con el ejemplo habría cambiado a mi familia, a partir de su inspiración y estímulo, podría haber hecho un bien a mi país y, quién sabe, tal vez incluso habría cambiado el mundo”.
El error es el inicio del acierto, pero tienes que reconocerlo y reconocerte para que comprendas que lo importante no es saber sino entender, hay personas que dicen que lo saben todo cuando en realidad no saben nada, entender que unidos somos más y que existen muchos aspectos relevantes que nos unen, y muy pocas insignificancias que nos separan.
La filosofía del amor debe comenzar por amarnos a nosotros mismos para amar a los demás, empezando con la familia.
Atentamente
Lcdo. Ricardo Ordóñez Jaramillo
C.C. 0905197463