En mi acostumbrado andar por las aceras de las calles, siempre hago pausa en el vértice de una esquina para llegar al destino elegido. Con la primera persona con quien me encuentre mantengo una breve plática, escucho sus desvaríos, sus esperanzas y sus críticas, que logran entretenerme. Luego, al culminar con este andar y llegar a donde me propuse, hago un balance de los diálogos que salen sin signos de puntuación, sin utilizar un vocabulario distinguido, pero llegan las palabras al oído, con sencillez y humildad, para ser colocadas sobre el alma del oyente.
De los hechos ocurridos el 30 de septiembre hay criterios contrapuestos; unos piensan que no debió ir el Presidente al resguardo policial; otros que sí. No es necesario ser letrado o genio, andar con traje a la moda o descalzo para elegir el trato que debemos tener. Debemos ser amables, demostrar calidez a quienes están frente a nuestras miradas, con quienes nos tropezamos a diario. En mi opinión era necesaria la presencia del Presidente ante la tropa de sublevados para darles la explicación que ellos merecían.
El lenguaje y el diálogo entre los hombre es lo más sublime, es la forma como se logra alcanzar empatía. Que debió existir el debate, la réplica, estoy enteramente de acuerdo, pero que se mancille la dignidad de una persona, que se actúe visceralmente me hace pensar que estamos llegando a la pérdida de la consciencia. Por ejemplo, ¿estaría correcto que un grupo de estudiantes que no esté de acuerdo con las calificaciones de su profesor termine vituperándole?
Atentamente,
Miguel Sacoto Guillem
CI: 1300754262