Pudo un hombre, su nombre: Lenín Moreno Garcés, ecuatoriano, amazónico que ha llenado el firmamento de bondad, cariño, solidaridad, entrega de diario trabajo agobiador, más allá de sus fortalezas, a veces poniendo en riesgo su comprometida estructura corporal.
Las enseñanzas por él transmitidas, que despertaron del letargo a un colectivo nacional inconsciente, constituyen aprendizajes de cómo debemos responder y actuar frente a los más vulnerables; de cómo fijar los ojos, escuchar atentos, acercarse, extender los brazos y abrir los corazones a todos aquellos hombres, mujeres y niños que por fuerza del infortunio, sus limitantes motoras, sensoriales, neurológicas, cognitivas, obstaculizan su desarrollo personal e integración a una sociedad necesitada de ellos, de sus dolores, penalidades y angustias, también de sus sueños y anhelos que, cual dispositivos eléctricos, sacudan la conciencia de sus integrantes y los transformen en idealistas, compasivos, solidarios, altruistas, filántropos. Lenín Moreno Garcés dijo: “Los necesitamos. Si no los atendemos, jamás seremos realmente seres humanos”. Fueron atendidos.
Hombre sencillo, jovial, generoso, político verdadero, a tiempo completo, dedicó 6 años de su paso en el gobierno de la Revolución Ciudadana con alegría, fe y esperanza la conducción con liderazgo firme, buen humor y sonrisa en los labios, el pago de la deuda social que el Estado y los ecuatorianos mantenían con sus invisibilizados hermanos especiales para quienes la vida era un verdadero calvario, ya que a las lesiones orgánicas habitualmente irreparables se sumaban, para colmo de males, la más triste y vergonzante multiplicidad de acciones e inacciones, como el desinterés, el desafecto, el discrimen, el ultraje, que hacían más insoportables la soledad y pobreza acompañantes. Lenín Moreno Garcés enseñó con el ejemplo, como todo grande y excelso maestro.
Dr. César Bravo Bermeo