Desgraciadamente, los del 15-M se han convertido en grupos radicales, no faltos de cierto laicismo decimonónico y una falta de respeto hacia entidades, grupos, convenciones o personas que son de ellos.

Después de casi tres meses de la aparición del movimiento 15-M, me hago una reflexión sobre ellos: Mientras la Bolsa se desploma, la prima de riesgo se dispara y las arcas públicas se quedan vacías, los llamados “indignados” del 15-M insisten en ocupar calles y plazas  para protestar no se sabe ya muy bien de qué y por qué. Es cierto que, al comienzo de sus protestas, se registró un movimiento de simpatía ciudadana hacia ellos, a pesar de la sospecha de que estaban manipulados por grupos de extrema izquierda. El paro, los recortes sociales y, sobre todo, la incapacidad del Gobierno para generar confianza, eran motivos más que suficientes para movilizar a una juventud sin expectativas de futuro, a la que se unieron muchos otros afectados por el desempleo. Sin embargo, para sorpresa general, las protestas no se dirigieron directamente contra el Gobierno que tanta responsabilidad ha tenido en la agravación de la crisis, sino contra la banca, los empresarios y el conjunto de la clase política, y ello en vísperas de unas elecciones municipales y autonómicas donde, a pesar de ellos, se produjo un sustancial vuelco político. Es una lástima que ahora degenere. Sin duda es síntoma de que han perdido el sentido de ser o de que nunca tuvieron otro que el de hacer lo que se les mandaba desde arriba.

Jesús Domingo Martínez