Esa pregunta ya ha sido respondida y analizada exhaustivamente, pero el interrogante no deja de tener vigencia. Preguntando y respondiendo a la inversa, la Navidad no es la fiesta de un viejito regordete vestido de bombero que regala juguetes a todos los niños que se han portado bien. La Navidad no es elecciones de “princesitas de Navidad”, ni “estrellitas”, ni “luceritos”, ni demás cortes infantiles angelicales y celestiales, pero muy terrenales y costosas, felizmente anuladas esas vanidosas celebraciones por las autoridades educacionales, desgraciadamente aupadas y permitidas por determinadas autoridades eclesiásticas, totalmente equivocadas, pero mantenedoras del tradicionalismo torcido que sostiene viejas estructuras caducas, asociadas al estatus, falso sentimentalismo y al infaltable comercio.
Navidad tampoco es el “compromiso” de regalar a los familiares y amistades. Navidad no es la ineludible cena, comida y bebida hasta la saciedad, con los más ricos manjares y licores de toda clase, de acuerdo a las posibilidades. Navidad no es encender luces multicolores en las casas particulares y en lugares públicos; tampoco es engalanar un árbol (de Navidad). Pero, si nada de esto es Navidad, ¿entonces qué lo es?
Sencillamente es recordar, aunque en fecha equivocada, el nacimiento de Jesucristo, el Mesías enviado por Dios, el padre creador, para que se cumplan las Escrituras y venga a redimir a la humanidad. Y como se diría en el lenguaje actual, Dios se manifestó “en vivo y en directo”. Jesucristo vino a dividir la historia: antes y después de Él. Él vino a enseñar el camino, la verdad y la vida, a dar ejemplo de la justicia, que tanta falta hace hoy; a dar ejemplo del verdadero amor, que ni los religiosos hipócritas lo practican, y no se diga de los políticos, de los empresaurios (perdón, empresarios) y de los ricos; sí, porque si se practicara el cristianismo que se pretende recordar cada año con la Navidad, entonces no habría pobreza ni riqueza extrema.
Entonces, quienes recuerdan la Navidad deben mantener ese momento de bondad, de amor sublime entre familiares, de amor fraternal entre amigos; deben mantener esa solidaridad laboral entre patronos y trabajadores. Es posible que un abrazo sincero y afectuoso tenga más valor que un frío y costoso regalo que solo expresa un valor económico. El espíritu de la Navidad debe mantenerse en forma permanente, no debe ser solo el fugaz momento de pretender ser buena persona con el prójimo solamente por Navidad.
No olvide que mientras usted, lleno de felicidad junto con su familia, celebra y recuerda la Navidad con una buena cena, música y alegría natural, también hay muchas personas, familias rotas, huérfanos, desempleados, hambreados, enfermos y muchos que sufren y lloran. ¿Usted quisiera compartir esa Navidad de amor con alguna persona pobre, más pobre que usted; con alguien que carece de todo lo elemental, con alguien que sufre? ¿Podría hacer sonreír a un niño, o quizá compartir su banquete navideño con alguien que padece hambre? Si no quiere dañar su programada fiesta navideña, lo desafío a tener el valor de comprometerse con el Rey de Reyes, aquel que recuerda en su Navidad, para que tenga una cena, o un mínimo gesto solidario de compartir con un prójimo necesitado. Entonces seremos como el buen samaritano, haciendo el bien sin mirar a quién. Entonces sí podremos responder a la pregunta: “¿Qué es Navidad?”.
Ab. Fernando Coello Navarro M.Sc
Profesor universitario
Guayaquil-Ecuador