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El Telégrafo

Premios Oscar

26 de febrero de 2015

Alguien por ahí alguna vez mencionó que un artista tiene la capacidad de expresar o reflejar los tiempos en los que uno vive. Pues es verdad que la función de un verdadero artista es, de hecho, dar voz a los que están sin voz, hacer notar a los que no son vistos. Denunciar duras y difíciles realidades sobre una quebrantada sociedad, urgentemente necesitada de perspectivas frescas y cambios.

El 22 de febrero se celebró otra entrega de los premios Oscar. Premios bastante caracterizados por su poder e influencia en la industria del cine, y que para gente con cierto criterio (como el mío) son movidos por otro tipo de intereses de determinados grupos mediáticos, que más que celebrar al arte, celebran al ego, a la apariencia, al derroche (125.000 dólares en regalos para cada invitado), a un elitista y carísimo estilo de vida repleto de farándula, galas, premios bañados en oro, champagne, vestidos superfinos, etc.

Pero en esa noche la famosa gala de premios estuvo un tanto diferente. Lo que cada año terminaba siendo nada más que una fiesta vana, este año en particular se convirtió en algo mucho más que eso, en algo que al menos yo quería tan desesperadamente que fuera. A lo que terminó el evento, de repente ya no se trataba sobre quién ganó a Mejor Actor, o Mejor Director o qué película se llevó la máxima cantidad de premios, al menos ya no tanto.

Al final se trató sobre las voces que por fin llegaron a alzarse y escucharse en más de 100 países alrededor del mundo. Lo que para muchos era solamente una conservadora y derrochista fiesta americana, ahora se convirtió en una protesta política y liberal que brindó una oportunidad para reconocer a esas voces que por tanto tiempo han sido reprimidas o desapercibidas y ahora no solo son escuchadas, sino también reconocidas y respetadas.

El ahora director ganador del Oscar Alejandro G. Iñárritu dedicó el premio a sus compatriotas mexicanos de esta manera: “Quiero dedicar este premio a mis compañeros mexicanos, a los que dejan México. Rezo para que podamos encontrar y construir el gobierno que merecemos”.

Pero no fue el único en tomarse un tiempo para alzar su voz. Toda la gala estuvo marcada por la importancia y pasión de algunos de sus discursos, que fueron tanto políticos como personales. La primera en desatarse fue Patricia Arquette, que veló por los derechos igualitarios de las mujeres.

La presidenta de la Academia, Cheryl Boone, también se tomó su tiempo para hablar sobre la importancia de la industria y reconocer perspectivas nuevas para hacer mejor, no solo al cine, sino también al mundo que nos rodea.

Al terminar el evento, muchas cosas pasaron por mi cabeza. Esa gala de premios aburrida, efímera y superficial que yo todos los años veía, que yo imaginaba que iba a ser; se convirtió en una oportunidad para alzar la voz, una oportunidad para denunciar a una de esas élites que reinan y deciden nuestras vidas y bienestar. Se convirtió en la oportunidad para que solo unos cuantos individuos, representando a millones y millones de personas oprimidas, digan lo que se tiene que decir.

Ahora sé, gracias a John Legend en su discurso de aceptación en los Oscar, que fue la increíble Nina Simone quien dijo que un artista tiene la capacidad de expresar o reflejar los tiempos en los que uno vive. Pero estaba equivocado, porque lo que dijo fue así: “Es la obligación de un artista expresar y reflejar los tiempos en los que uno vive”.  

Santiago Salvador, estudiante quiteño

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