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El Telégrafo

El partido de la década

27 de septiembre de 2018

En este año se celebró el Mundial de Fútbol y ha dejado una tentadora reflexión. Luego de un inexorable avance, muchas veces sin brillo, la selección francesa llegó a la final y se enfrentó a la croata que, con una gran fuerza de voluntad y devastada físicamente, logró también un puesto en el último encuentro de la Copa del Mundo.

Dentro de los 14 hombres que jugaron para el equipo francés se apreciaron diversos orígenes: camerunés, maliense, martiniqués, guineano, argelino, portugués, alemán, angoleño, italiano, congoleño, togolés o español. 5 blancos y 6 negros o mulatos conquistaron el segundo trofeo para Francia.

La selección croata contó con una gran mayoría de jugadores con raíces croatas, uno de ellos nacido en Bosnia y Herzegovina y el otro en Suiza. En conclusión, el Mundial se dirimió entre un multiétnico grupo de deportistas y otro culturalmente uniforme.

Antes del partido parecía una quimera que los poderosos “blues” cayeran ante los desgastados “fieros”. Sin embargo, los croatas comenzaron mejor. Como algo previamente decidido los franceses abrieron el marcador con un autogol, los balcánicos empataron con más pasión que estrategia. Con el resultado definido de 4-1 el portero y capitán francés regala un gol para darle algo más de suspenso al juego, pero la final ya estaba sentenciada: Francia, campeón del mundo.

Este encuentro representa una década en donde políticamente se ponen de manifiesto diferentes reacciones a una globalización cargada de desequilibrios que esperan ser asimilados y gestionados.

Las fuerzas políticas muchas veces dejan crecer el juego del rival nacionalista, e incluso se meten autogoles. Igual que los jugadores franceses, tienen la suerte de contar con la inercia de la historia, pero no por eso se pueden confiar; el equipo “puro” no para de atacar.

El futuro aguanta y cansa al adversario, solo así se volverá progreso y, como el campeón del mundo, podrá liquidar el match. He aquí el juego más antiguo: el del Templo de Jano, cuyas puertas deben estar cerradas para poder abrirse. (O)

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