Sin lugar a dudas, la realidad actual de la sociedad ecuatoriana es el resultado de acciones y decisiones anteriores, que se han gestado sobre la base de circunstancias presentes y otras por un sinnúmero de móviles -pocos en función de las grandes mayorías, muchos redundando en beneficios personales-. Pero en definitiva somos nosotros, la ciudadanía en general, los que vamos esbozando nuestra historia, constituyéndonos en un gran poder con capacidad de provocar cambios y muchas veces girar el curso de la historia.
La Constitución actual demanda en el capítulo quinto la participación ciudadana en los actos del poder público, pero más allá de ello constituye una gran responsabilidad para con la sociedad y para con esas venideras generaciones, que reclamarán condiciones favorables para su desarrollo, y no hallando aquellas esgrimirán contra quienes pudimos y no hicimos nada, contra quienes debimos y dormimos en la indolencia.
La improvisación, en más de una ocasión, ha sido causa fundamental del fracaso en los procesos de cambio, por tanto, la adecuada preparación y una organización incluyente de diversos grupos sociales -profesionales, universitarios, intelectuales- se convierten en condiciones básicas para propender a la evolución asertiva de una sociedad y asumir nuevos retos en el contexto de la construcción de escenarios más participativos e incluyentes. No menos grave es la búsqueda de condiciones ideales para empezar, pues estas, hasta cierto punto, son utópicas. Las condiciones no se esperan, si no existen se crean, se construyen. El mejor momento: ahora.
Un llamado a la ciudadanía a actuar con responsabilidad y con gran sentido social en cada una de nuestras labores cotidianas. A participar activamente de la vida pública del país y a aportar denodadamente en la creación de nuevas realidades. Es un deber que nos atañe a todos. Somos parte de esta sociedad y, por tanto, corresponsables en la buena marcha de la misma.
Javier Espinosa
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