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El Telégrafo

París y las respuestas civilizadas

22 de noviembre de 2015

A más de una semana de los ataques reivindicados por el Estado Islámico en París, que dejaron un saldo oficial de 129 muertos y más de 300 heridos, el Gobierno francés comenzó ya su ‘blindaje’ contra nuevos atentados y pasó a la ofensiva en Siria. Ya en la noche del 13 de noviembre, el presidente Hollande había declarado el estado de emergencia y el cierre de las fronteras, suspendiendo de hecho el tratado de Schengen en medio de la peor crisis de refugiados de Europa.

Al día siguiente, la Policía belga irrumpió en Molenbeek, barrio popular y árabe de Bruselas donde supuestamente se habría planeado el ataque. En la reunión del G-20 en Turquía, Putin y Obama acercaron posiciones sobre los bombardeos en Siria, aunque siguen las diferencias acerca de la continuidad del gobierno de Assad (aliado de Rusia) y la intervención por tierra. En el mundo se reavivaron las posiciones xenofóbicas contra la llegada de refugiados sirios. Marco Rubio, candidato a presidente de EE.UU. en la interna republicana, aseguró en estos días que “puede haber 1.000 refugiados que llegan: 999 son pobres que escapan de la violencia y la opresión, pero uno de ellos es un terrorista del Estado Islamico”.

Es decir, el variado y transversal frente de la seguridad a toda costa volvió a florecer junto con la iniciativa de los grupos terroristas. Y en su avance, comenzó también a jugar la carta de la sensibilización de masas. En los últimos siete días abundaron las teorías acerca de una nueva guerra mundial contra extremistas islámicos, una confrontación entre ‘buenos’ y ‘malos’ que alimentó todo tipo de xenofobia y militarismo, tanto en Europa como en el resto del mundo.

El día antes de los ataques de París el EI atacó el barrio de Burj el Barajneh, principal plaza fuerte de Hezbollah en Beirut, causando la muerte de 43 personas. Entre noviembre de 2014 y noviembre de este año hubo 49 ataques terroristas en el mundo reivindicados por el EI. De estos, 10 fueron en Libia, 11 en Egipto, 7 en Yemen, 5 en Arabia Saudita, 4 en Bangladesh, 3 en Turquía y solo 2 en Europa, ambos en Francia.

Seguramente un reduccionismo se podría acercar a una primera explicación de los objetivos de este grupo a partir de entenderlo como un territorio en expansión y con vocación de someter a la mayor cantidad de pueblos posible, como explica Abu Bakr Naji en La Gestión del Caos (2014), uno de los pocos documentos ideológico-estratégicos que se han dado a conocer del EI. Pero pensar al EI como una suerte de nación agresora y en expansión sería extremadamente superficial. Como explica el filósofo francés Étienne Balimar, en la revista británica Open Democracy, lo que estamos viviendo es una guerra que punta a hacer explotar “todas las cuentas pendientes del colonialismo y los imperios: minorías oprimidas, fronteras trazadas arbitrariamente, recursos expropiados, áreas de influencia contendidas, enormes contratos por la venta de armas”.

El EI intenta llenar aquellos vacíos de poder, las contradicciones sociales y culturales, los conflictos que existen adonde haya caos o barbarie. Es por esto que Francia, perpetradora de las más aberrantes brutalidades en todos los continentes, al igual que las potencias hegemónicas de un modelo civilizatorio europeo en abierta crisis, son parte de este proyecto.

Las respuestas militaristas de Occidente son inútiles sin una profunda revisión del modelo de desarrollo humano internacional, hoy cuestionado incluso por las mismas instituciones nacidas de él (OCDE, Banco Mundial, ONU, UE, etc.). La negativa de las fuerzas occidentales a incluir en el combate contra el EI actores fundamentales como Irán, Hezbollah, Hamás, Assad o los combatientes kurdos se basa justamente en el rechazo a aceptar vías alternativas para el bienestar de los pueblos.

Federico Larsen@larsenfede

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