Fue un, dos y tres, como planeado de antemano, perfecto o casi perfecto.
Bolivia, paliza, el MAS, 61%, se avizoraba; Brasil, PT, 51%, quisieron torcerlo y el Frente Amplio sorprendió con un 48% de preferencias electorales, en primera vuelta, asegurando la mayoría legislativa y una victoria definitiva para la segunda.
A la ‘restauración conservadora’ le dieron para el santo y la limosna, pero, como siempre, no hay que confiarse. Peor cuando se triunfa.
Brasil es el mejor ejemplo, indudablemente la presa más codiciada. Todos los dardos, todas las estrategias, todo lo mediático apuntaba a impedir la reelección de Dilma. La trágica muerte de Eduardo Campos trastocó el escenario electoral y fabricó la supuesta fortaleza electoral de Marina Silva, que al final se diluyó en un pálido tercer puesto.
Pero O Globo, la revista Veja y compañía, en plena y desenfrenada campaña, no podían ceder, y a la derrotada Silva le confirieron el papel de árbitro; eso significaba que al candidato que ella le diera su apoyo, aquel sería el ganador. Por supuesto, y por fortuna, respaldó a Neves y perdió. A propósito, Roberto Amaral, histórico dirigente de izquierda y líder del psb, dio su voto por la Rousseff. ¿Cuánto se supo de esa noticia, cuánto se ‘retuitió’?
Vamos por una tercera tanda de victorias de los llamados gobiernos progresistas, sin sombra y sin discusión.
Continúa Evo, Dilma demostró ser Dilma y el Frente Amplio tiene el camino certero.
Las alertas planteadas por Rafael Correa, en cuanto a la restauración conservadora, fueron necesarias y se logró entender que por ahora es imprescindible la continuidad en los liderazgos políticos.
Algo de los 60, así entenderemos mejor que lo que vivimos ahora no es gratis ni cayó del cielo: “Hombres habrá traidores, pero pueblos no”, Camilo Cienfuegos al pueblo de Camagüey, por la traición de Huber Matos.
Al que le calce el guante...
Andrés Martínez Arrata
Sociólogo
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