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El Telégrafo

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Mundo de extremos

14 de septiembre de 2015

Cuando la realidad social es vista desde una óptica de extremos, la posibilidad de aprehenderla, dentro de un necesario margen de objetividad, se estrecha considerablemente; restringiendo así la oportunidad para la reflexión serena y el análisis que ameritan los hechos sociales. Un ejemplo palpable es la cuestión indígena, que por el largo proceso de expoliación y exclusión al que absurdamente fueron sometidos nacionalidades y pueblos indios, concitó conceptos que han oscilado desde un ‘minusvaler’ de su ser social y cultural hasta su idealización.

El levantamiento acaecido en 1990 —que removió grandemente la conciencia nacional frente a la realidad indígena— significó en gran medida una ruptura de esta visión polarizada, pero sesgó la balanza valorativa hacia una especie de engrandecimiento étnico, limitando la interpretación de la sociedad india en su real dimensión, con aciertos, desaciertos y contradicciones, como sucede en cualquier grupo humano; aspecto en el que las ciencias sociales han jugado un rol importante.

La irrupción indígena —favorecida por el carácter no represivo del gobierno de Borja Cevallos— simbolizó el acceso de facto de los indios en el Estado nacional y el reconocimiento pleno de su ciudadanía: se crearon instancias públicas en el ámbito del desarrollo, educación y salud (CODENPE, DINEIB, Dirección de Salud Indígena), administradas por indígenas,  que con el paso del tiempo dejaron entrever las discrepancias e intereses particulares existentes al interior de su cuerpo social, contradiciendo su pretendida condición monolítica (muestra ilustrativa fue la labor desempeñada al frente del CODENPE por la lideresa Lourdes Tibán). Si algo amalgama a las culturas de los pueblos indios de la región interandina, en particular, es su filosofía y prácticas comunitarias —divergente de las nacionalidades amazónicas—; mas, entre ellas hay diferencias ideológicas y políticas y también de intereses, algo que, que a no dudarlo, se evidenció en la malhadada participación en el gobierno de Lucio Gutiérrez, que terminó fragmentando la aparente unidad del movimiento indígena. Luego, no parecería acertado asumir el accionar de la sociedad indígena como un todo de objetivos comunes, y menos aún justificar acciones atentatorias al ordenamiento democrático de algunos de sus miembros, bajo el supuesto de reivindicaciones étnicas.

En este escenario y desde lo oficial, se han cometido ciertas fallas de asimilación de los códigos culturales indios, básicamente en lo que tiene que ver con la comunicación con dirigentes y bases: falta un diálogo sostenido en el tiempo (con una buena dosis de paciencia incluida), y una mayor socialización de la gestión gubernamental. De esta manera, quizá, se hubiese evitado las lanzas alzadas de protesta por el pare de una carretera en la Amazonía, cuya motivación fue la actuación negligente del Prefecto de Pastaza (que de paso también contradice la creencia idílica de la irrestricta comunión con la naturaleza de los nativos amazónicos).

En suma, en todas las culturas se cuecen habas, lo que nos invita a entender que los maniqueísmos culturales no aportan en la edificación de una convivencia saludable. Asimismo, bajar los tonos y no redundar en calificativos, probablemente abona en la misma dirección, pues si bien es cierto que en mucho la razón le asiste al Primer Mandatario, su capacidad y liderazgo también le asisten para confrontar de otro modo la sinrazón.  

Lourdes Cruz Cuesta

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