“Todos llevamos un niño por dentro”, frase trillada. La interrogante. ¿Los escuchamos ? Es ahí donde emergen dudas y complejidades que no pueden ser expresadas, sí sentidas al interpretar las postura, gestos, comportamientos manifestados en esa temprana etapa de la vida a desarrollarse en un nuevo entorno social, decimos los adultos, pero en realidad, para ellos es un abrir expectante al mundo.
Todos acariciamos esas manitas que maravilladas quieren alcanzarlo todo, descubriendo con sus brillantes ojos el titilar de las remotas estrellas. Mas ocurre lo que no deberia de ocurrir. Nuestra imponencia, aunque somos nosotros los llamados a aprender de ellos que son puros. Considerando que son el futuro real y nosotros el pasado presente. Dentro de esa apreciación está implícita la libertad del niño que debe ser respetada. Cuando imponemos un estilo, una conducta o una orden por medio de la presión y no somos escuchados u obedecidos, en el mayor de los casos perdemos la paciencia y procedemos de manera insensata, ya sea reprendiéndolo, prohibiciones o castigos físicos. Queda el agresor marcado de por vida con una huella de dolor que se profundiza al instante que el niño acude hacia el castigador con abrazos, halagos y besos, pero no lo hace por miedo sino porque en ellos no existe el odio, el rencor ni la venganza. Agregamos la mentira, el robo y el chantaje que para ellos les son ajenos, aberraciones que los adultos llevamos como lastre.
Los niños son los ángeles vivos, tenemos que escucharlos, mimarlos, comprenderlos, conservarles su innata manera de ser. Después, con el transcurrir del tiempo, la preparación educativa recibida, más el sentido de supervivencia se encargarán de encuadrarlos en lo que ellos anhelan desarrollar sus vidas. Jean- Jacques Rousseau, filósofo francés, dijo: “El hombre nace bueno y la sociedad lo daña”. (O)