Acogiéndome a la libertad de expresión, pido a este diario, del cual soy lector desde que tengo uso de razón -y actualmente soy suscriptor del mismo-, se me publique esta carta, nacida en respuesta al artículo del Ab. Alfonso Reece Dousdebés, llamado “El busto del bandolero”, publicado el 17 de septiembre del año en curso. Y es que aunque las próximas líneas serán sumamente duras, creo yo que el abogado Reece entenderá que al estar muerto Ernesto Guevara de la Serna, no puede usar el “Derecho a la Réplica”, pero existimos personas que aún defendemos el camino recorrido de un hombre que, lejos de representar todos los epítetos y adjetivos calificativos otorgados por el columnista, entregó su vida entera a cambio de ver una Latinoamérica más justa, más digna… donde el hombre no explote al hombre, y donde no se juegue con las legítimas esperanzas de ningún ciudadano que viva desde “México hasta el estrecho de Magallanes...”.
Absorto; fue mi primera reacción al leer el artículo “El busto del bandolero”, de autoría del abogado y sociólogo Alfonso Reece Dousdebés. Y es que no es concebible que un reconocido periodista del medio pueda destilar tanto veneno enraizado en el peor defecto de un -mal llamado- comunicador social: la absoluta falacia. Por mis condiciones de latinoamericano a ultranza, de un convencido de la justicia social y finalmente de ser orgullosamente un estudiante de Derecho, no puedo permanecer impávido ante la difamación de un ícono como es Ernesto Guevara de la Serna. Y es que es intolerable cómo el odio puede cegar, incluso, a los que -en teoría- son los más versados intelectuales que tiene el país.
Comenzaré, pues, desglosando las barbaries escritas por el señor Reece, tomando como inicio la palabra “bandolero”, que según el Diccionario de la RAE no es otra cosa que el sinónimo de bandido, definiéndolo como “persona que roba en los despoblados”. Permítame aclararlo señor Reece, e ilustrarlo: Ernesto Guevara jamás robó ni tomó un solo grano de arroz que no le perteneciera, ni siquiera en los momentos de estoica carencia de recursos -que fueron muy repetidos- en toda su actividad revolucionaria. Entonces solo me queda inferir que, desde su título, su columna se convirtió en un paraninfo de mentiras viscerales, dignas de los hombres de bajas pasiones, o rastreros, que al no tener luz propia tratan de envilecer la imagen de quien sí la tiene. Y me sorprende, ya que no lo tenía en ninguno de esos dos conceptos.
Luego, usted le imputa a Guevara “miles de ejecuciones”, y es esta otra gran mentira, pues solo en la Revolución Cubana existieron -según los propios historiadores anticastristas- 2.719 muertes, de las cuales las tropas de Fidel Castro fueron responsables de 912 (el 33,6 %) y los soldados de Batista de 1.807 (el 66,4 %). Me niego a creer que su furibundo desprecio por el “Che” llegue a obnubilarlo tanto al punto de la torpeza, como para siquiera pensar que él personalmente mató a todos, y ni así llegaría a la cifra que le adjudica.
Posteriormente plantea que el único “mérito” de Guevara fue “…haber ayudado a instaurar una dictadura que durante cincuenta años ha oprimido y empobrecido a un país”. Qué pequeña que es su capacidad de juicio, de un proceso que no solo fue histórico, sino que, además, ha otorgado a más de tres generaciones una cobertura total en materia de salud al pueblo cubano, sin contar con que ningún niño se muere de hambre en las calles de toda Cuba, a pesar de tener un bloqueo económico genocida, del cual usted sospechosamente se “olvida”. Le otorgo un dato irónico: fue un médico cubano, gracias a su formación como profesional en Cuba, el que le otorgó nuevamente la vista al asesino del “Che”. Y a partir de este punto le planteo una interrogante: si el pueblo cubano tuviera un rechazo mayoritario por el régimen, ¿por qué no es derrocado el sistema, así como se dio con los gobiernos de facto en la Primavera Árabe? Ojalá y sepa respondérselo.
Se dio usted el lujo de tachar de falsa la muerte de Guevara por la defensa de sus ideas, parangonándolo con Hitler y Bin Laden, y al finalizar el tristemente célebre texto lo llama “terrorista”. En este punto no tendré contemplaciones, pues su desvirtuado juicio de valores no solo que es ruin e ínfimo, sino que adolece de una bárbara ignorancia. Debería también tratar en el mismo escalafón a Bolívar y a Sucre, pues también mataron por sus ideales, otorgándole a esta enorme Patria Latinoamericana la invalorable libertad, y plantearon al mundo la revolucionaria idea de la libre determinación de los pueblos, que para usted, seguramente, es poca cosa, como seguramente hubiera preferido que la tierra de Martí siguiera bajo el mando del criminal Batista.
No deja de ser preocupante cómo usted define el accionar de las masas bajo una premisa -según su punto de vista- determinante: las “facultades, mecanismos, procesos, no reductibles a la razón” como motor preponderante en el accionar de un pueblo. ¿Es que acaso, según usted, la “masa” no razona? Pues una vez más se encuentra equivocado, y se lo demuestra la propia historia: Chile, luego de salir de la opresión pinochetista, otorgó EN LAS URNAS el poder desde 1990 hasta 2010 a la Concertación, en un claro giro por una izquierda en democracia, y para las próximas elecciones se plantea un retorno casi seguro de los socialistas a La Moneda. Uruguay, luego de años de permanecer en corrientes que lo único que provocaron es que se convierta en “exportador de mano de obra”, ha optado por la opción del Frente Amplio, dando enormes resultados al área económico-social, y actualmente con un presidente que fue tan “terrorista” como Guevara, y sin embargo hoy da al mundo clases de democracia. Un caso muy similar, pero con aún mejores resultados, es el de Brasil.
Esto es, pues, distinguido jurisconsulto, una pequeña muestra de la memoria de los pueblos, que usted evidentemente la menosprecia. En el caso de nuestro país, no hay excepción a esta regla. El pueblo ha dado claras muestras de un rechazo a esa clase oligárquica que rifó las arcas del Estado para unas cuantas familias, pues la elección de Bucaram, de Noboa (que por todos es conocido existió un fraude que favoreció a Mahuad), de Gutiérrez y, finalmente, la de Correa no demuestran otra cosa que un fehaciente repudio por las prácticas políticas que quebraron a este país.
Lamentablemente, la gran mayoría de esos gobiernos -por no decir todos- defraudó las más puras aspiraciones populares, pero es innegable que existe una memoria colectiva que marca el paso de la historia de los pueblos. Finalmente, lo único que persigo con esta carta es que no se soslaye impunemente la memoria de un patriota de esta América vilipendiada, pisoteada, pero que aún aspira a que nazcan otros libertadores, otros “Che”.
César Poveda Valdivieso
Estudiante de Derecho de la UCSG