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El Telégrafo

Liviandad

10 de noviembre de 2016

Probablemente, a nadie le cabe la menor duda de que toda obra humana sea perfectible; lo que en cambio no parece caminar en la misma dirección es la actitud humana, de extrema ligereza, quizá fruto de la atmósfera de inmediatez a la que la realidad actual nos aboca. Inmediatez no solo en los actos, sino también de pensamiento, lo que nos impide dimensionar con justeza los juicios y palabras que emitimos.

Esto, en el ámbito político, distorsiona y fragiliza cualquier realización gubernamental. Hoy resulta, por ejemplo, que la precariedad pedagógica, de infraestructura y equipamiento, de la educación pública, anterior a la Revolución Ciudadana, sobre todo en el sector rural y urbano-marginal, no era tal, y que sus contrapartes, las unidades educativas del milenio, diseñadas como fórmula de integración para un mayor acceso de estudiantes a los mejores requerimientos pedagógicos y didácticos, han contribuido al aumento del bullying y del consumo de drogas; criterio esbozado recientemente en un programa del CCREA, por Rosalía Arteaga.

¿En dónde podría tener su origen este penoso y nocivo comportamiento adolescente?, cabría reflexionar. ¿No será que la institución familiar, tan venida a menos, es cada vez más incapaz de prodigar afectos e inculcar valores a sus adolescentes? Amor, respeto, solidaridad, compañerismo, honestidad, ¿harán parte del lenguaje cotidiano de padres a hijos? ¿Enmendar eventuales falencias familiares será también tarea privativa del Estado?

De ahí que sería deseable una crítica sosegada y con alguna dosis de objetividad, la misma que redundará beneficiosamente en la sociedad toda, y en su anhelo del Buen Vivir. (O)

Lourdes Cruz Cuesta

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