El domingo 8 de abril de 2012 se jugó el partido en el estadio Monumental entre Barcelona y Liga de Quito. Antonio Noboa, presidente de Barcelona, faltando pocos minutos para terminar el partido que su equipo ganaba por 1 a 0, se dirigió al camerino para celebrar con sus jugadores y entrenador.
Con ese resultado eran punteros. Muy feliz, además, porque en tesorería también entraba un buen caudal de dinero que dejaban los 40.000 asistentes. Y como son tantas las ansias de levantar copa (de campeón), el dirigente empinó durante el partido algunas (aguardiente) que le habían llegado al “mate”.
En el trayecto, que no permitía ver la cancha, oyó una celebración de gol en la zona de la hinchada de la Liga. Malas noticias, Bieler marcó, Liga empataba y no quedaba mucho tiempo para el triunfo, que se le escapó de las manos. Casi se cae de infarto. Esa felicidad radiante se transformó en dolor y frustración. Después un estremecedor silencio, el partido había terminado.
El “Toño” quedó perplejo, paralítico como una estatua de Egipto. Caviloso, entre volver o continuar con su viaje antes ideado, cuando ganaba su equipo, decidió lo segundo, pero con otra intención. Llegó al camerino. Todo su acervo de elogios se transformó en una retahíla de puteadas y carajeadas -que son más fáciles cuando hay ira y encima unas copas-, y, como siempre, yéndose contra el más “pendejo” en estos casos de revés, el director técnico.
Zubeldía se limitó a escuchar al furibundo presidente. No reaccionó de la misma manera, pero se sintió irrespetado y humillado. Al siguiente día, en la mañana, dio una rueda de prensa y anunció su renuncia irrevocable. Enseguida, en las redes sociales, la hinchada lo respaldaba abiertamente y culpaba a la dirigencia de esta renuncia, que solo confirmaba una identidad en Barcelona: club de alta inestabilidad en cuanto e directores técnicos.
La crisis continuó a nivel dirigencial, el segundo vicepresidente también presentó su renuncia, se informa. Noboa actuó así por creerse patrón y amo.
Luis Ernesto Tapia Carreño