¿Respuesta indignada de los comunes o instrumento cínico de los indiferentes? O las dos cosas. Significado que denota circunstancia en la cual los hechos objetivos influyen menos en la opinión pública que los llamados a las emociones y a las creencias personales; razón vs. vísceras e instinto. “La campaña más dura se producirá en las redes y será determinante”, nos advierte un analista político; él mismo nos refiere “no se sirve bien a la sociedad que no se entiende”; no trato de desalentar, mas, sí darnos un baño de humildad. Es que el mundo ha cambiado tanto; nuestro pueblo también.
La modernidad sólida, esa del siglo XX; la de las estructuras sociales estables, ideologías incuestionables de límites de estándares instaurados, de instituciones momificadas de doctrinas consagradas, ha sido cuestionada y sufre una profunda crisis, se está desestructurando.
La dicotomía modernidad-posmodernidad la estamos viviendo, nada se mantiene estable, todo adquiere formas temporales e inestables; la cotidianidad del ser humano actual es una constante lucha por intentar resquebrajar estructuras y modificar pautas que regulan la vida social; crear sus propios moldes, con la disposición de cambiar las veces que sean necesarias. La libertad y la responsabilidad individual, las emociones, así como el significado de la vida; conocer la realidad a través de la experiencia inmediata, de la propia existencia.
La globalización es el gran motor de la modernidad líquida, así se rompen límites y barreras; la política ética y la cultura sufren un gran cambio, cambio en las relaciones humanas. El consumismo no gira alrededor del deseo, sino a la incitación del mismo deseo; siempre nuevo –la novedad– como deseo; vida devoradora, mercantilismo de la existencia misma. No hay estructuras nuevas o alternativas, todo queda inestable, tiende a evaporarse. Esta transformación reta a todas las generaciones; a los baby boomers, a las X, Y y Z. Es en este contexto histórico que se da la actual contienda electoral. Contexto al que hay que responder. Como podemos colegir, la convocatoria es tanto poli-clasista como polietaria, pero sustancialmente de nuevos actores de nuevos movimientos sociales. La ciudadanía emergente se ha diversificado. Ha cambiado.
Los nuevos actores ya no se encuadran en los patrones anteriores. Tienen una personalidad crítica, pensamiento estratégico, aman su autonomía y libertad, respetan la opinión ajena, les molesta el dogmatismo, políticamente son independientes, no son apáticos, se involucran en debates, su vida cibernética es primordial; y por supuesto que participan en elecciones.
La Revolución Ciudadana y el socialismo del siglo XXI son procesos fraguados en esta realidad; por tanto, son y deben ser procesos inacabados en continua adaptación y cambio, en continua construcción, en permanente autocrítica. Pero sobre todo, respetuosamente abiertos, incluyentes y participativos. La expectativa está trazada. O las tácticas de inducir a la confrontación, mezclar los intereses de los grupos de poder con los del ciudadano común, comprender como inviable patología social al proyecto progresista, aceptar la apoliticidad como virtud cívica, como purismo virginal. O la alternativa de revolucionar la Revolución Ciudadana.
El 19 de febrero lo sabremos. ¿Respuesta indignada de los comunes o instrumento cínico de los indiferentes? (O)
Reinaldo Torres Jaramillo