Al menos en cuanto a su política exterior, Italia comenzó 2018 con las ideas claras: luego de la apertura de su embajada en Niamey se formaliza una misión en Níger con 470 efectivos y se redondea en 400 la de Libia.
Ahora bien, en Níger, Roma, se presenta con una misión de tipo Security Force Assistance, puesto que Francia sigue siendo el líder indiscutible en la zona. No obstante es en Libia donde la voluntad de erigirse como una potencia regional crece inexorablemente.
Más allá de los detalles de la operación sanitaria y de formación que desarrolla allí, Roma sabe que en Libia está el punto en el cual puede tomar impulso su hegemonía en el Mar Mediterráneo. La excolonia, además de invitar a justificaciones históricas, obliga a considerar motivos más tangibles como los intereses energéticos, los flujos migratorios y la amenaza yihadista.
Así entonces, el foco de atención estará dirigido a territorios más próximos al mare nostrum, el Líbano, donde Italia está presente a través de la FPNUL (Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano). La misión unilateral en Kosovo o las tareas de adiestramiento y apoyo a las tropas tunecinas son otras pruebas de que el aumento del protagonismo de Roma en el Mediterráneo ya es manifiestamente cuantificable: más presencia de militares italianos en esta área en detrimento de Irak y Afganistán.
Aun manteniendo posturas ambiguas en diversos contextos, el explícito apoyo al gobierno libio reconocido por la ONU o al gobierno de Abdelfatah Al-Sisi en Egipto, son la muestra del floreciente peso que Roma puede tener en el ‘Mediterráneo ensanchado’; tanto en una pieza clave de la zona, como en una relación bilateral históricamente irrenunciable.
Angelino Alfano, Ministro de Asuntos Exteriores durante el Governo Gentiloni, ya había remarcado que África es una “prioridad absoluta en la política exterior italiana”. (O)
Augusto Manzanal Ciancaglini