Por Felipe Vega de la Cuadra
Quiero entender las razones por las cuales un escritor publica comentarios displicentes respecto a la obra de otro, como si el que lo hace estuviese autorizado por alguna condición metafísica que le permite convertirse en demiurgo, en semidiós, con potestad para juzgar a quienes, como él (y no a diferencia de él), ejercen el humano oficio de escribir. Me refiero a la nota que, sobre la novela Si tú mueres primero, de Aminta Buenaño, publicó el miércoles 31 de agosto Miguel Donoso Pareja. Nota injusta, cargada de sesgo, superficial y sin ningún aporte que no sea el tono desdeñoso con el que escribe Donoso desde un figurado Olimpo literario, aposentado en el cual mira con desdén a la estupenda narradora ecuatoriana.
Los argumentos que Donoso esgrime, a redropelo, como para no darse por alcanzado por una novela con muy buena crítica y que quedó como finalista de un concurso internacional en España, se refieren a lo que él llama “palabras inexactas” (yo creí que toda palabra es exacta en su significado); y pone un ejemplo de inexactitud (según él): “En la siguiente situación: ‘le había quedado un terror neurótico e impredecible a todos los hombres’, por ejemplo… ya que si el terror era a todos los hombres, no podía ser impredecible”… ¡Sí podía y puede ser impredecible, señor Donoso! El temor a las arañas, por ejemplo, es a todas las arañas —y no a una en particular— y es impredecible, pues una sombra imprevista, una mancha inadvertida, un roce inesperado desencadenan el pánico (o terror neurótico) de forma impredecible. Así que Aminta Buenaño escribe con exactitud, lo afirmo como lector sin pensamiento a priori, preconceptos ni prejuicios.
A Miguel Donoso le parece impreciso que Aminta Buenaño diga en su novela “el chirriar de los platos en el fregadero”, me imagino que, para él, los platos no hacen tal sonido, aunque cualquiera que los haya lavado sabrá del chirrido estupendo que arrancan las yemas de los dedos mojadas al recorrer la superficie de la porcelana limpia, sonido diferente al lamento de las copas de cristal, también en el lavadero. Con esta lógica, la frase “como un chiquillo, ciego de blancura” que pone Saramago en su Ensayo sobre la ceguera sería también una imprecisión, pues la ceguera es oscura. Y sería inadmisible para Donoso esa taza de agua aromática con sabor de ventana que nos sirvió García Márquez, pues en su lógica las ventanas tampoco tendrían sabor (que no sea de polvo y vidrio, que en nada se parece al toronjil o a la manzanilla). Cuando de eso, precisamente, se trata la literatura: las palabras nos remiten a estados del ánimo, del alma, a la memoria personal que encarna un plato chirriando en el lavadero, la ceguera lechosa o una taza de agua caliente con sabor a ventana. Por el contrario, a Donoso le parece una cursilería que Aminta Buenaño diga en su novela “los perfumes salobres de las olas”.
“Besarla toda entera”, otra frase de Aminta Buenaño en su estupendo texto, le parece también a Donoso una imprecisión… ¡Caramba! Yo sí he besado toda entera a una mujer, y no hay tarea más exacta que aquella, ni oficio más hermoso, ni ocupación más conmovedora y estética. Pero de eso no se trata, sino de la displicencia con la que el autor de la crónica trata a la escritora. Continuando con la lógica que esgrime Donoso para menospreciar la novela Si tú mueres primero, podríamos sostener que es una falla de Mario Vargas Llosa decir en Lituma en los Andes: “Se ladeó, despacito, a un lado y a otro”, pues si se ladeó se entiende que es hacia un lado; o Miguel Ángel Asturias habría cometido el mismo o similar desliz cuando escribe en sus Leyendas de Guatemala: “Las madres encontraban a sus hijos entre los guerreros”, no podía ser de otra forma, pues si encontraban a sus esposos, serían esposas. (Me siento estúpido haciendo estas afirmaciones, pues la lógica que utiliza Donoso para menospreciar la novela de Aminta Buenaño es descabellada, y en un hombre inteligente como él solo puede provenir de la maldad, del rencor o de la envidia).
Es que, además, el artículo de Miguel Donoso Pareja se queda en la carátula del libro de Aminta Buenaño (de la contraportada cita a Abdón Ubidia y a Marco Antonio Rodríguez) y no pasa de remitirse a cuatro o cinco frases entresacadas al vuelo de sus páginas. Con ello no se puede construir una visión crítica sobre la obra, no es material suficiente para levantar una opinión, apenas armas para agredir, piedras para lanzarlas al viento tras el albur de acertar en el ojo de una autora que merece respeto. Donoso trata a una escritora madura y sólida como inocente, como esforzada, tal vez como a una núbil tallerista (cosa que Aminta Buenaño nunca fue).
¿Qué diré yo, lector contumaz, de las obras de Donoso si me encaramase en su autoasumida posición de guachimán de la literatura? (Y no me prestaré a la sosa tarea de hacer humor ridículo confundiendo al celador con el “man” que vende guachitos de lotería en la entrada del circo de la Mofle)… Diré que no se puede sostener como origen de la escisión esquizofrénica del Ecuador, de la dualidad Costa-Sierra, o mejor: Guayaquil-Quito, las diferencias gastronómicas existentes entre el llapingacho y el ceviche como lo afirma Miguel Donoso Pareja en Ecuador: identidad o esquizofrenia. Y me negaré a suponer, como afirma Donoso, que el combate de Jambelí en 1941, la guerra del Cenepa, los triunfos deportivos del Barcelona y otros atletas como Andrés Gómez, Jefferson Pérez y Martha Tenorio, o el fenómeno “El Niño” sean los articuladores de unidad nacional que nos salvan de nuestra patología social.
Propuesta frágil, pues no considera que estos sean, precisamente, parte de los mecanismos disparadores de los delirios de grandeza, síntoma que ratifica la existencia de la sicopatología conocida como esquizofrenia en el Ecuador.
Finalmente, la literatura no necesita demiurgos ni autores enfurecidos que ataquen o menosprecien a otros de su oficio, precisa lectores, personas que nos dejemos contagiar con las emociones de los personajes y permitamos aflorar recuerdos remotos al leer buenas historias, como las que nos cuenta Aminta Buenaño. ¡Vale la pena leer Si tú mueres primero! Como lector lo digo: ¡Es una gran novela!...