Hay pocos hechos que se han producido en el mundo en estas últimas décadas que han logrado una aprobación casi unánime de los ciudadanos del mundo, uno de ellos es el posible restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, anunciado por los presidentes de esas naciones.
Este hecho de singular importancia tiene varias interpretaciones, una de ellas hace abstracción de los antecedentes históricos y privilegia las formas, de hecho no se trata de graciosas concesiones del Gobierno norteamericano; por propias palabras del presidente Obama, el bloqueo y posterior ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba no han logrado imponer su modelo de ‘democracia’ en la isla, eso sí ha provocado, por más de cincuenta años, injustas e inmorales privaciones materiales a su pueblo.
No cabe duda, el posible restablecimiento de relaciones y levantamiento del bloqueo es un tácito reconocimiento a la dignidad de un pueblo que no se ha dejado doblegar, pese a la agresión de quienes se arrogan el derecho de pretender decidir qué tipo de gobierno han de adoptar, dignidad que se ha fortalecido con el peso moral que deviene de la sistemática condena mundial a estas acciones ilegales, ilegítimas e inmorales.
Para que a nadie le quede duda, y dando una vez más muestras de dignidad inagotable, el Gobierno cubano ha señalado con meridiana claridad que es al pueblo cubano al único que le corresponde decidir sobre su futuro. El restablecimiento de relaciones diplomáticas y el fin del bloqueo seguramente confrontarán diversas dificultades, sin embargo, y reconociendo el pragmatismo de Obama, esperemos que la cordura y la sensatez se impongan a la intolerancia.
No es aceptable a estas alturas de la historia que los círculos más conservadores de políticos norteamericanos, y otro tanto de exiliados cubanos, pretendan marcar la agenda de un proceso irreversible, proceso que deberá desarrollarse observando los más elementales principios de convivencia entre las naciones, entre otros, el derecho a la libre determinación de los pueblos y la no injerencia en las decisiones soberanas de los mismos.
Víctor Hugo Jaramillo Garcés