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El Telégrafo

La crisis en la República Árabe Siria: la guerra civil, una amenaza mundial

30 de junio de 2014

La horrenda guerra que se libra en la República Árabe Siria sigue recrudeciéndose y empieza a propagarse más allá de las fronteras del país. Y al parecer se va extendiendo un frío cálculo: poco puede hacerse, salvo armar a las partes y presenciar el encarnizamiento del conflicto. La comunidad internacional no debe abandonar al pueblo sirio y a la región ante oleadas sin fin de crueldad y crisis.

El número de muertes hasta la fecha bien puede ser superior a 150.000. Las cárceles y los centros de detención improvisados se están llenando de hombres, mujeres e incluso niños. Se han generalizado las ejecuciones sumarias y las torturas indescriptibles. La gente también está muriendo de hambre y de enfermedades infecciosas que antes eran poco comunes. Yacen en ruinas urbes enteras y parte del gran patrimonio arquitectónico y cultural de la humanidad. La República Árabe Siria es hoy día, y cada vez en mayor medida, un Estado en descomposición.

Las Naciones Unidas han trabajado con denuedo por abordar las raíces profundas del conflicto y hacer frente a sus repercusiones devastadoras. Nuestros esfuerzos humanitarios y de otro tipo están salvando vidas y mitigando el sufrimiento. Sin embargo, nuestro objetivo fundamental —poner fin al conflicto— sigue sin cumplirse. Las inciertas perspectivas de paz se han ensombrecido aún más con el estallido de la violencia y las tensiones sectarias en el Irak. La cohesión y la integridad de dos grandes países, no de uno solo, están en juego.

Los seis puntos siguientes pueden trazar el rumbo a seguir de manera integral y respetando determinados principios.

En primer lugar, poner fin a la violencia. Es irresponsable que las potencias extranjeras sigan dando apoyo militar a las partes en la República Árabe Siria que cometen atrocidades y violan de forma flagrante los principios fundamentales de los derechos humanos y el derecho internacional. He instado al Consejo de Seguridad a que imponga un embargo de armas. Las partes tendrán que volver a sentarse en la mesa de negociaciones. ¿Cuántas personas más tendrán que morir antes de que lo hagan?

En segundo lugar, dar protección a las personas. Las Naciones Unidas siguen realizando un enorme esfuerzo de socorro humanitario. El Gobierno, sin embargo, sigue imponiendo restricciones irrazonables al acceso. Algunos grupos rebeldes han actuado del mismo modo. Por su parte, la comunidad internacional ha aportado apenas un tercio de los fondos necesarios para las actividades de socorro.

En tercer lugar, iniciar un proceso político serio. Las partes beligerantes bloquearon sistemáticamente las incansables iniciativas de dos de los diplomáticos más destacados del mundo, el Sr. Kofi Annan y el Sr. Lakhdar Brahimi. La elección presidencial celebrada a principios de este mes, que no cumplió ni siquiera las normas mínimas de una votación auténtica, constituyó un nuevo golpe. Pronto nombraré un enviado especial para que trate de encontrar una solución política y lograr la transición hacia una nueva Siria.

En cuarto lugar, asegurar que quienes cometan delitos graves rindan cuentas de sus actos. El mes pasado, no llegó a aprobarse en el Consejo de Seguridad una resolución que tenía por objeto remitir el conflicto a la Corte Penal Internacional. Pido a los Estados Miembros que no aceptan a la Corte Penal Internacional, pero afirman que apoyan la rendición de cuentas en la República Árabe Siria, que presenten alternativas dignas de crédito. El pueblo sirio tiene derecho a la justicia y a luchar contra la impunidad.

En quinto lugar, concluir la destrucción de las armas químicas en la República Árabe Siria.

En sexto lugar, abordar las dimensiones regionales del conflicto, incluida la amenaza extremista. Si bien no debemos aceptar ciegamente la demonización por el Gobierno de la República Árabe Siria de todos los elementos de la oposición como terroristas, tampoco debemos cerrar los ojos ante la amenaza real que suponen los terroristas en Siria.

Ya es hora de que la comunidad internacional, en particular el Consejo de Seguridad, asuma sus responsabilidades.

Ban Ki-moon
Secretario General de la ONU

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