Recordará el lector que el vocablo ‘burbuja’ usado en el área de la economía entró a nuestra conciencia por primera vez durante la crisis financiera de 2008. El tema todavía tiene vigencia porque he notado que la humanidad, en general, transita simultáneamente dentro de un sinnúmero de burbujas. Dichas burbujas, grandes o pequeñas, resultan ser -en muchos casos- producto de la ficción, pero de todas maneras tienen su efecto en la vida cotidiana. La ignorancia, las creencias irracionales, los prejuicios de clase, el regionalismo, el elitismo, el culto al individualismo, todos ellos, más el engaño, son los ingredientes principales. Lo preocupante de este fenómeno es que quienes viven dentro de ellas no se dan cuenta de su enajenamiento. La experiencia ha demostrado sus consecuencias nocivas, no solo tratándose de una crisis financiera, sino también para el mismo bienestar de la sociedad en general.
¿Pues a dónde voy con este circunloquio sobre las burbujas? Les comparto algo breve de mi experiencia personal. Como muchos citadinos de clase media nacidos a mediados de los 50, la vida en la capital era un tanto rutinaria con breves interrupciones para salir de paseo a la playa o a lugares cercanos, como Otavalo y Ambato. Con familia grande y pocos recursos para visitar lugares más apartados, vivía atrapado dentro de esta pequeña burbuja geográfica y de clase. Me apena decirlo, pero los dichosos viajes fuera de la ciudad nunca me concedieron la oportunidad de detenerme en alguna localidad rural, con el propósito de conocer a su gente y sus costumbres. Es que en aquellos días jóvenes, tampoco tuve la curiosidad, porque, ¿qué podía existir de valor más allá de los confines de Quito, mi ciudad natal?
Todos aquellos pueblitos andinos y costeños a lo largo de la serranía y del litoral poco tenían que ofrecer a un citadino como yo, ni pensar querer pasar un día en el agro. La inexperiencia juvenil se confabuló con otros factores para privarme de una conexión con mis compatriotas que habitaban fuera de aquella burbuja urbana.
Más tarde, fui a estudiar en los EE.UU., y ante la ignorancia sobre Ecuador en esos lares, hice todo lo posible para representarlo de la mejor forma. En lo personal me esmeraba por quedar bien, explicando que a mucho orgullo provenía de la capital, y que el Ecuador tercermundista empezaba a pocos pasos y minutos de los límites de Quito, allá en la montaña, en zonas rurales donde faltaba el agua potable, vialidad, electricidad, señales de televisión, escolaridad. He regresado al país con cierta frecuencia, pero gracias a la actual infraestructura vial y comunicacional de los últimos ocho años, el país está alcanzando vinculación, y mejor aún, su solidaridad. A esto se ha sumado el fortalecimiento de la educación nacional de calidad, sentando las bases para la unificación de toda la sociedad en pie de igualdad. Cabe resaltar que la educación pública en EUA, con más del 90% de matriculados, ha sido siempre la columna principal de su progreso. Sobre todo, ha permitido la igualdad y oportunidad económica para sus ciudadanos, que hoy para su desgracia están amenazadas.
Con el liderazgo actual, finalmente Ecuador está rompiendo las burbujas del atraso para lograr el gran sueño unificador, no solo el ecuatoriano. Ahora con caminos en buen estado podemos desplazarnos con facilidad a los rincones más remotos, los agricultores sacan sus productos, los inversionistas vienen y se benefician. Los ciudadanos educados aportan más, conocen sus derechos, son más emprendedores, menos prejuiciosos. Todos estos son requisitos imprescindibles para el desarrollo.
El progreso tardará en llegar si continuamos divididos, hemos dado pasos grandes bajo este régimen, entonces marchemos juntos a la meta, porque los dueños del poder reinan impunes en medio de la confusión y del engaño, particularmente cuando la sociedad se encuentra fragmentada. Por ahora, este es el reto ecuatoriano, salir de la burbuja hacia la unificación. (O)
David Gínez
Licenciado en Finanzas en la Universidad de North Texas, Denton
