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El Telégrafo

IRAK!: Apología del crimen, del genocidio, de la guerra

25 de diciembre de 2011

Al tronar de la cadencia de tambores lúgubres y fúnebres notas musicales  de cornetas deslucidas, se arrió con pena y sin gloria la rayada bandera azul y rojo de las estrellas múltiples. Se marchaban los invasores, tocaba la retirada para la criminal bota norteamericana. Ocho años, 8 meses, 28 días tuvo que resistir heroicamente el pueblo iraquí a costa de la vida de decenas de miles de  seres humanos; niños y adultos, hombres y mujeres, masacrados en las desérticas dunas o en las bíblicas ciudades de la nación cuna de la Humanidad, ¡IRAK!

¿Quién los llamó? No fueron a liberar a nadie, marcharon contra la opinión de todos, sin escuchar las súplicas. Aborreciendo la paz. Sangre, dolor y lágrimas era la consigna. Involucionaron, cual bárbaros enfurecidos se entregaron al ritual de la muerte. Con armas poderosas, aves metálicas cuyos huevos incandescentes  quemaron, mutilaron, destruyeron, arrasaron; tirados al azar, sin importar donde caían.

¡Fuego! ¡Fuego!, gritaban agitados los robotizados dentro de las cabinas, alentados por los Halcones y su Águila Macabra (léase George W. Bush) que se habían decidido por el “juego” antihumano: la  GUERRA.

Tenían que iniciarla, había que hacerla, cualquier pretexto era válido, les estaba haciendo falta, no soportaban  la abstinencia, su dependencia es física y psíquica, la guerra es para los de West Point y afines, lo que es la cocaína o la heroína para su población civil adicta. Basta mencionarla para que los uniformados y los no uniformados  condicionados por la droga se transformen, se arrebaten, se enfurezcan, sientan odio, deseos de matar, de exterminio. Oportunidad de evaluar su actitud criminal, su competencia sádica, su afán destructivo, su espíritu guerrero.

Nada los detuvo en su orgía de cadáveres, la relación de muertos 1: 30 les era satisfactoria, 1 soldado norteamericano por 30 iraquíes, de ellos gran número ancianos, mujeres y niños indefensos, buena para el ejercicio contable, al fin y al cabo los que más morían de su lado eran los latinos y negros. Sordos, ciegos y mudos para siempre. Escenas de dolor y pánico. Mutilados por doquier. Viudas y huérfanos sin amparo deambulan desorientados por las calles de la antigua Babilonia; el ulular de sirenas y el estruendo de las bombas enloquecen. Se había  desatado el terror a manos de los psicópatas yanquis.

Celebran la destrucción, la muerte, la calavera los identifica, Ares es su Dios. Aniquilan todo cuanto está a su paso. Manchan el desierto con sangre humana y las orugas de hierro hunden los cuerpos en la arena. Desde la seguridad de las barcazas flotantes en el mar disparan enormes bolas de fuego que compiten con las que caen del cielo. Competencia mortal. ¿Cuál tiene el mayor poder destructivo? Es el abuso del poderoso  contra el débil. Es el crimen contra una nación. Es el genocidio del pueblo mesopotámico milenario, indefenso ante la crueldad de los bárbaros invasores.

Gracias a Alá y a la voluntad indomable de los iraquíes, los alucinados se retiraron. Preocupa el tiempo que dure la intervención sobre los adictos estadounidenses. Hasta tanto, los hombres y mujeres de todas las naciones debemos trabajar y luchar incansablemente por la paz y el bienestar mundial. Mi homenaje y solidaridad con el valeroso y torturado pueblo iraquí.

Dr. César Bravo Bermeo

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