Una vez casi concluido el proceso electoral y revelados sus contundentes resultados, no queda sino plasmar una profunda reflexión de dos caras para pulir el camino que se viene: las caras de la aceptación y la humildad.
Aceptación de que en el país hay un cambio de época, de que vivimos un estado de derecho y no de opinión, de que a la partidocracia se le escapó la historia de las manos; aceptación de que el Ecuador tiene otro rostro, de que la mejor salud, educación, vivienda, tributación, seguridad social, vialidad, y más, triunfaron en las urnas; de que la oposición está en otro baile y de que el Gobierno ha tenido la razón; aceptación de que no se puede hacer país con escándalos, con gritos y linchamientos mediáticos; aceptación de que al pueblo no le gustan los escapistas de un partido o movimiento, sino que se queden a luchar; aceptación de que los votos ni de izquierdas ni derechas son endosables; aceptación de que nadie cree que eliminando los impuestos se puede hacer castillos, y de que el pueblo sabe que solo con mejores ideas y prácticas se puede superar al mandatario de turno.
Y también humildad. Humildad para ser protagonistas del servicio eficiente y para hacer conciencia de que lo hecho es poco, frente a lo que falta por hacer; humildad para destruir las soterradas culturas de la corrupción y mediocridad, presentes todavía en las instituciones y empresas públicas; humildad para aceptar que hay un 40% de ecuatorianos al cual hay que conquistar, y para lidiar a los necios, ciegos y perversos, que no bajarán la guardia; humildad para procesar lo positivo y negativo de la propia gestión gubernamental, y para preparar el éxito del gobierno sucesor, sea cual fuere este; finalmente, humildad para consumirse, si es del caso, defendiendo la verdad.
Cristóbal Serrano D.
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