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El Telégrafo

La culpa es de la vaca

15 de marzo de 2019

Nos hemos hecho de manera incondicionada la siguiente pregunta. ¿Queremos verdaderamente a nuestros niños, los hombres del mañana? Estamos convencidos de esta pregunta vaga en el firmamento, y esto deviene de la conclusión de los resultados de la educación que ha incidido en gran parte de nuestra población campesina, que por decenio y decenios no lograron, ni logran terminar la escolaridad, la instrucción secundaria, llegando muy pocos al aprendizaje de tercer nivel.

Esa realidad desfavorable es una desviación de la educación fiscal que implementó en 1950, las escuelas unidocentes y que luego fueron proliferando. No sin antes dejar asentado que en sus inicios y entrando en la década del 70 sirvieron para despertar el apetito de instruirse, de aprender a leer; pero eso ya no es suficiente, o sea las escuelas unidocentes ya no dan para más e insistir nos hace proclives a caer en el profundo hoyo del retraso más aberrante.

La reapertura en el próximo año lectivo de las escuelas unidocentes, solo se sustenta en pretextos baladíes. “Están alejadas de los poblados las escuelas del milenio”. No hay transportes”. Hay que comprender que todo progreso conlleva sacrificios. Sí, pero momentáneos. El estancamiento es sacrificio permanente como sucede hoy en nuestros campos, profundizándose en el agro costeño.

Recordándonos lo que era una constante y que puede subsistir si volvemos a las escuelas unidocentes. Los padres de hoy con tristeza dicen que cuando fueron niños los sacaban de las escuelas, alegando “que era una pasadera de tiempo”. A los 14 años los llevaban a las labores agrícolas para que se hagan hombres. Esa realidad no la debemos ocultar. (O)

César Antonio Jijón Sánchez

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