La autoridad asociada al poder del Estado es el manejo y administración de la cosa pública, que fundamenta su legitimidad en el cumplimiento del deber que la obliga a laborar por el bien común con escrupulosidad, ajustando sus actos a la razón.
Al poder le es imputable la responsabilidad política que se valora por el uso que un órgano o individuo hace de él en un sistema democrático. En este ámbito se consideran las implicaciones de impactos positivos o negativos de la gestión para casos concretos o de manera general.
Pero hay también la responsabilidad jurídica que da los límites a los que debe ceñirse el poder. No olvidemos que las normas jurídicas establecen deberes de conducta que prohíben o permiten lo que puede o no hacerse. Contradecirlas solo ocasiona reacción del derecho y de la sociedad contra quien las violenta.
No disimulo el esfuerzo que hago por discernir el dicroísmo –por decirlo de alguna manera- que percibo por obra y gracia de una autoridad municipal que sale al atajo asentando columnas en espacio prohibido, cuya forma nada dice, pero que abiertamente insinúa poder. Tal irreverencia al derecho e instituciones del Estado solo es el estilo del monumentalismo moderno, comparable con aquellos que la historia recoge, erigidos por cada conquista, para humillación de los sometidos.
La diferencia que existe entre el monumento con el rostro de León Febres-Cordero y las columnas asentadas, es la misma que hay entre lo indebido y lo prohibido, su punibilidad es el desafío que se quiere enfrentar, y la visión que se tenga de este objeto simbólico dependerá, desafortunadamente, del aprecio o desprecio que inspire.
Tal desgaste de la autoridad en un tema que será por mucho tiempo controvertido solo consigue distraer a la ciudadanía de las reales preocupaciones del diario vivir, porque no se discute aquí la bondad o no de la obra pública, sino las agallas que se pueda tener para imponer su voluntad de lo que a su juicio es importante.
¿Es que acaso se acabaron las tareas propias de la gestión municipal, o estas, debidamente delineadas -como creo están- poco aportan a una campaña política que se avecina? Es un ejercicio mental que cabría hacerse. ¿La controversia y el desacuerdo son acaso las únicas posibilidades de mercado para los contendientes? ¿En dónde queda la oferta sentida y necesaria que todos esperamos?
Determinadas situaciones, producto del disenso, se convierten en actitudes negativas y autodestructivas, no obstante que, en apariencia, estén llenas de la mejor de las intenciones, solo que no podemos permanecer sujetos a una irracionalidad, pudiendo salir de ella.
Una historia temprana tiene huellas a flor de los recuerdos e impregnados de grandeza o de abyección de unos y de otros; todo lucirá de acuerdo al color del cristal con que se mire.
Vicente Nevárez Rojas