Cuando se habla de energía nuclear, sin duda, solo el término provoca un sentimiento de amenaza y miedo, pues inevitablemente nuestro pensamiento lo asocia con un sinnúmero de catástrofes y guerras que han quedado plausibles y enquistadas en el pensamiento colectivo.
Al contrario de la creencia popular y a lo que nos sugiere su nombre, la energía nuclear presenta beneficios indiscutibles, como los bajos índices de emisiones contaminantes hacia la atmósfera y costos de generación inferiores con respecto a las plantas que hacen uso de combustibles fósiles.
Es así que países como Estados Unidos, Rusia, Alemania, etc., y otros en Sudamérica, que han visto en el último decenio florecer sus economías -Brasil, Argentina, Chile -, producen energía a través de centrales nucleares.
Sería ingenuo dejar de lado las catástrofes suscitadas a lo largo de la historia, debido principalmente a la negligencia en la operación de este tipo de centrales, y que costaron un sinnúmero de vidas humanas -Chernóbil, Fukushima-. Pero no deja de ser menos cierto que esas experiencias hoy en día constituyen el conocimiento con que se cuenta en este campo y que ha permitido el perfeccionamiento de los sistemas, abaratando costos y reduciendo tamaños -reactores-, así como estándares de seguridad bastante altos.
Un tema que de por sí genera controversia, y que deberá ser motivo de discusiones responsables, con el adecuado sustento técnico y encaminadas a encontrar soluciones al grave problema ambiental -calentamiento global- que atravesamos actualmente como consecuencia -principalmente- de la emanación de efluvios contaminantes hacia la atmósfera, debido a la actividad humana.
Tito Javier Espinosa Vélez
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