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El Telégrafo

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En honor a la memoria

27 de agosto de 2014

Comparto el siguiente extracto histórico aprovechando circunstancias que parecen olvidarse en nombre de lo que yo llamaría ‘poderes nuevos vs. poderes viejos’. Si mucho pudiésemos tenerlo frente a los ojos, comprenderíamos lo invaluable que es el texto de José Peralta, Eloy Alfaro y sus victimarios: “Cada templo era un antro de conspiración; cada fraile, un reclutador infatigable de cruzados; cada púlpito, una tribuna al servicio de esa demagogia eclesiástica; cada párroco, un recolector activo de contribuciones piadosas destinadas a dar pábulo a ese insano frenesí de sangre: la historia de lucha tan sangrienta sobrepuja en horror y en crímenes, aun a las escenas de canibalismo de las guerras coloniales. Y no había un solo devoto que no soplase en la hoguera, así como transformado en verdadero energúmeno: hasta hubo mujeres que, despojándose de su natural dulzura y mansedumbre, trocáronse en furias, al extremo de rematar sin compasión, y en honra y gloria de Dios, a los indefensos liberales heridos, que se hallaban en los campos de batalla. La hueste católica no proclamaba otro derecho ni otra regla que la brutalidad... Vencida la cruzada en todas partes, viose el clericalismo reducido a la impotencia militar; pero no cejó en su aborrecimiento de muerte al reformador ni en sus maquinaciones contra la libertad ecuatoriana. La doctrina jesuítica sobre la legitimidad del tiranicidio se puso en boga; y fue públicamente enseñada en las aulas, propalada en los púlpitos y hasta inculcada en los confesionarios. (...) el loyolismo [la doctrina de Ignacio de Loyola, considerada por diferentes sabios y próceres de la libertad, como peligrosa y contraria a los intereses de la humanidad, y que por cuya práctica precipitó durante siglos el rechazo y la expulsión de los jesuitas incluso de regiones de mayoría católica] se había encargado de perpetuar la dominación conservadora, mediante la formación hábil y prodigiosa de sucesivas generaciones de parias, de una sociedad supersticiosa y fanática, adecuada para base y defensa del omnímodo poder sacerdotal. En realidad, de verdad hay conservadores que individualmente rechazarían con horror toda participación en un crimen; pero [al actuar en conjunto] la colectividad está desposeída de conciencia; es cruel y vengativa, sanguinaria e implacable. El sistema político conservador es el más inhumano y bárbaro. La doctrina clerical es la que consagra el fanatismo, glorifica el patíbulo y prescribe la hoguera para defender sus dogmas absurdos e intereses terrenales. Y la colectividad conservadora es la encarnación de esa doctrina de impiedad, de ese sistema de terror y exterminio inexorables; y se muestra, por lo mismo, fríamente cruel, con el inflexible rigor y violencia ciega de todo sistema de tiranía que se ve amenazado en su existencia. La terquedad y la barbarie del conservadurismo ecuatoriano como los conquistadores de América hacen dimanar sus prerrogativas y poderío, de la voluntad del cielo; y establecen íntima relación, unión perfecta, solidaridad perpetua entre los intereses religiosos y sus propias desenfrenadas concupiscencias... La prensa clerical vomitó sin descanso toda clase de improperios y calumnias contra los principales sostenedores del liberalismo; y a semejante corriente de inmundicias denominaban los frailes y los clérigos: defensa de la religión y de la Iglesia. La clerecía, con sus maldiciones y anatemas, sembró el odio más profundo y moral contra Alfaro; como víctima cuya sangre era indispensable para limpiar las manchas de la herejía que afeaban el suelo de la República del Sagrado Corazón de Jesús”.

Veglio Clavijo

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