El llamado Black Friday o Viernes Negro sucede en el ámbito comercial el último viernes de cada noviembre, especialmente en Estados Unidos, llamado así por la Policía debido a que grandes movimientos de automotores y multitudes de personas acuden ante el ofrecimiento de los almacenes de vender a bajos, bajísimos costos toda la mercadería; y las personas acuden casi atropelladamente a comprar.
Aquí también ya se está poniendo en práctica esa usanza comercial de ofertas con ostensibles descuentos las mercaderías de los almacenes, y muchas personas obviamente acuden ilusionadas a comprar con las ventajas ofrecidas, que en muchos casos, se ofrecen desde antes, con lo que se inicia la temporada navideña con la locura de comprar y regalar. El pretexto del denominado Viernes Negro es pasar del rojo del déficit al negro del superávit en las ventas, lo cual es bueno para el comercio, pero con el consabido peligro del vano consumismo para el comprador, que debe operar con cuidado y adquirir lo que realmente es útil y necesario.
El verdadero Viernes Negro ocurrió hace más de dos mil años, cuando el Señor Jesucristo entregó su vida por todos los humanos, comprando la salvación de una vida eterna, pagando el precio más caro, su vida, para ofrecer gratuitamente la resurrección -igual que Él- y una vida eterna con una previa vida terrenal de armonía con los sabios consejos que brindan felicidad y paz. Esa transacción sublime de ese Viernes Negro el evangelista Lucas dice (Lc.23:44) que “toda la tierra quedó sumida en oscuridad”.
Gracias a ese sacrificio, la oferta de ese Viernes Negro es para todos, su precio ya fue pagado por Jesucristo, no se necesita acudir a ningún establecimiento, el ofrecimiento de una vida plena y de eterna felicidad es gratuito; no es obligatorio, es voluntario y solo requiere tener fe. (O)
Fernando Coello Navarro
Ab. Máster en Docencia