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El Telégrafo

El signo de Constantino

31 de mayo de 2011

El Imperio Romano tuvo su transición con Constantino, pues su triunfo sobre Majencio en el puente Silvio sobre el río Tíber marcó definitivamente una época. Este acontecimiento ocurrió en el año 312 d.C. El ego de Constantino I, apodado el Grande, le hizo construir en el año 324 una nueva capital política, religiosa e intelectual llamada Constantinopla, residencia del emperador y sede del patrimonio religioso de Oriente, que posteriormente, tomada por los turcos otomanos, en 1523 cambió su nombre por el de Estambul.

Previamente, el emperador romano Constantino había tenido una visión en la cual había visto una cruz formada en el cielo y una leyenda que decía “Mediante esta señal conquistarás”. Ante ese enigma, Constantino ordenó a sus soldados, sin excepción, que todos pinten en sus escudos una cruz, luego de lo cual se dirigieron optimistas a la lucha, y el resultado les fue favorable.

Luego de su triunfo bélico apoyó al cristianismo nominal y, posteriormente, un año después, se bautizó en la religión cristiana, siendo importante el decreto que con habilidad política dictó, mediante el cual todos los ciudadanos eran automáticamente reconocidos como tales junto a sus costumbres religiosas, que dicho sea de paso eran rituales y demás costumbres paganas y de diversas formas religiosas; pero Constantino decretó, legalizó e incorporó todas las festividades religiosas del pueblo como parte de la religión cristiana del imperio, y desde aquella época junto a las demás costumbres de la Roma imperial, sus dioses, creencias, formas, usos y costumbres religiosas se han mezclado peligrosamente en una amalgama hasta hoy, que se contradice con el verdadero cristianismo. Pues Constantino lo que quiso con su habilidad era que todo el pueblo con sus costumbres le reconozca como cristiano, de esa manera muy “liberal” y fácil, todos eran de la misma religión del imperio, con las mismas festividades.  

Los actos de cada uno de nosotros no deben ser impulsivos, ni por actos egoístas o cálculos políticos o electoreros; todos nuestros actos deben ser fruto del razonamiento justo y equitativo, no el reflejo de signos, señales, presagios, pálpitos o presentimientos o peor supersticiones que en la mayoría de los casos son emotividades que conllevan al error. No olvidemos consultar e intercambiar opiniones para no equivocarnos. Gobernantes y gobernados, especialmente los soberbios opositores a todo y al Gobierno, deben actuar con la sabiduría simple del razonamiento lógico, priorizando problemas y planteando soluciones con la capacidad y calidad que requieren las circunstancias, sobre todo aportando ideas y programas. No se debe improvisar ni ser emotivos como Constantino I el Grande.

Desterremos el sectarismo político y el signo de la torpe oposición destructiva.


Fernando Coello Navarro

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