Puede ser que al escuchar la palabra “sacrificio”, ciertas susceptibilidades sientan un ligero escozor rondando por la piel. Quizá por la carga significante que lleva este vocablo. Ya que es percibido, sentido y luego es llevado a la palabra: es hablado por el sujeto. Por eso también se lo asocia con el sufrimiento; el sacrificio se encuentra en un recoveco opuesto al placer.
¿Cuántas veces no hemos oído del sacrificio usado en el sentido estricto de muerte?: “el sacrificar a alguien”, como se pudo haber leído en los libros de historia. Así, puede asumirse el término como un sinónimo de muerte. Al realizar un sacrificio, algo desaparece, se extingue, en consecuencia se obtiene una valía trascendental, proveniente de alguna entidad. Y no se malentienda, esto puede ser espiritual, religioso o subjetivo: la famosa gratificación es ya una iluminación, dando como resultado la fórmula: sacrificio = sufrimiento + placer.
Una figura que no resulta nueva. Ha sido muchas veces tema filosófico, y en el mismo psicoanálisis se lo ha visto desde un inicio en Sigmund Freud como “pulsión de vida” y “pulsión de muerte” y posteriormente en el psicoanalista francés Jacques Lacan, como “goce”. Hablando más en un sentido hegeliano, el sacrificio es lo que implica devenir en hombre, en ser humano. Se es logrado hombre/mujer cuando se sacrifica algo; hablando de una forma de realización del ser humano. El trabajador, el artista, el consumidor, el religioso, han renunciado a algo.
De esta manera, nos encontramos más cercanos a la muerte de lo que conocemos. Se deviene en ser humano, en tanto sacrificamos lo natural que se lleva dentro, que no es nada más que “lo animal”. Se sacrifica lo pecaminoso, lo deshonesto, lo banal, lo improductivo, para una sociedad o, en su defecto, al grupo donde pertenecemos. Al final del día, se habla de sacrificio en detrimento a la identificación. Devenimos en seres humanos, según adonde queramos pertenecer: nos sacrificamos, para identificarnos/estar en un grupo.
El goce, no en el sentido lacaniano, se encuentra en la ruptura de una prohibición, en la ausencia del sacrificio. Pero hasta aquí estamos hablando del sacrificio como “muerte del animal”, para que surja el hombre. Es en sí cómo se constituye una sociedad, con personas “bien hechas”, con sus fugas y pecadillos de vez en cuando, pero respetando la vida del otro.
Sin embargo, si el sacrificio no va del lado de lo natural del hombre, sino que se mata al mismo hombre, dejando destapada libremente su “bestia”, ¿qué quedaría como consecuencia? El sacrificio de “lo animal” es matar a la muerte, vista como pulsión de muerte freudiana. Queda entonces observar si es que en nuestros días lo que se está sacrificando del ser humano es a su mismo hombre, para luego poder decir “El hombre ha muerto”, para gritar “Larga vida a la bestia”.
Carlos Silva Koppel
Sicólogo