El resultado electoral es el reflejo puntual de un nuevo día. Toda la maquinaria antirrevolucionaria ha sido virtualmente derrotada, no por Correa Delgado, el abanderado, sino por intuición popular que dignifica a los ecuatorianos.
Hemos venido puntualizando en nuestras opiniones que, a más de la inteligente postura del Presidente, la actitud de la llamada “oposición” es y ha sido la mejor aliada del espíritu revolucionario del pueblo ecuatoriano. Sin duda alguna no nos hemos equivocado al hacer permanentemente esta aseveración. De nada le ha servido a los “opositores” la mentira multiplicada para debilitar a la Función Ejecutiva, nada a su favor ha logrado la mayoría de la prensa nacional emborronando cuartillas con informaciones distorsionadas. En concreto, todo el esfuerzo desestabilizador de los detentadores del poder económico y del imperialismo no ha sido más que una poderosa arma para agigantar la figura del líder de la Revolución Ciudadana.
Debemos entender, ecuatorianos, que la hora de la difamación infundada en la política universal ya no cabe, que la demagogia barata pasó de moda en el mundo.
El pueblo inteligente, a pesar de la explotación de que ha sido víctima por parte de los “mismos de siempre” en un largo y fatigante período de la historia con una alimentación insuficiente, sepultó en Ecuador a sus enemigos, a quienes por equivocación inducida llamó hasta ayer sus “amigos”.
El guayaquileño, con un despertar paulatino pero seguro, no marchará nunca más con los que han venido -so pretexto del grito “viva Guayaquil, carajo” y “con Guayaquil no se juega”- engañando al honesto ciudadano. El hombre interiorano, con marcada ascendencia indígena, ya no obedecerá jamás a quienes han “engordado su vanidad” haciéndose llamar sus conductores, con su entreguismo inadmisible a los gamonales y a la oligarquía.
Se acabaron ya las muletillas denigrantes y se vislumbra un nuevo amanecer. Ahora es responsabilidad de los elegidos perpetuarlo, radicalizar el cambio, desterrando toda acción contraria a la transformación socialista, eliminando de sus filas a los oportunistas y deshonestos, engrosándolas con verdaderos idealistas que desbrocen los caminos, no solo en el mundo social citadino y en la obra física, sino en el agro ecuatoriano. Porque tenemos que comprender, sin vacilaciones, que sin Reforma Agraria no hay revolución.
Siempre la verdad, aunque duela.
Arturo Santos Ditto
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