Saliendo de Ecuador, y a juzgar por el entorno natural, es difícil distinguir donde empieza Colombia, las similitudes son inmensas, con grandes pastizales y zonas llenas de recursos naturales que se constituyen en base importante de la economía del país. El café, uno de los principales y tradicionales rubros de exportación, se cultiva en la zona cafetera -Manizales, Pereira y Armenia-. El carbón y el petróleo, por igual provocan el ingreso de ingentes recursos económicos.
En cuanto a la planificación administrativa-territorial, puede fácilmente avizorarse un acentuado centralismo, que ha provocado el desarrollo de las zonas centrales, en detrimento de las periféricas con marcadas brechas de inequidad económica.
A lo largo de la historia contemporánea, el pueblo colombiano ha sido golpeado en muchos frentes. Por un lado la presencia de grupos paramilitares, que muy bien podrían definirse como terroristas –no cabe duda de ello- con más de 725 secuestrados desde los noventa y miles de vidas cegadas, en una guerra que se extiende indefinidamente, pues intereses económicos de por medio –millonarios contratos para compra de armamento- serían parte de los principales impedimentos a superarse.
Por otro lado, el narcotráfico que sigue en auge, con un perfil menos ruidoso y desde luego aupado por las cúpulas de los gobiernos de turno. Atrás quedó aquella época de terror en donde los coches-bomba eran tónica común en el diario vivir de Medellín y que hicieron temblar a toda Colombia de la mano de Pablo Escobar, capo de la mafia.
Todos estos factores han moldeado la personalidad y psiquis del pueblo colombiano. Gente alegre, bondadosa, cordial pero bastante suspicaz y prevenida. Un pueblo en donde abunda la silicona, la arepa y la buena salsa. Un pueblo hermano que como el nuestro trata de vencer a la pobreza, al desempleo y a la inseguridad, con gente aguerrida que sueña con mejores días.
Atte.
Tito Javier Espinosa Vélez