¿Cuánto dinero se gastan los países ricos en sus fronteras para que no entren inmigrantes indeseados? ¿Cuánto dinero se gastan las ONG en ayuda a los países pobres? ¿Cuántos productos se desperdician en los países ricos? ¿Cuántas personas y organizaciones están dispuestas a aportar con su tiempo y esfuerzo en ayudar a las personas de los países pobres? ¿Las personas provenientes de esos países quieren una nueva bicicleta, renovar el teléfono inteligente último modelo, o lo que quieren es alimento, un techo, salud? Si sus prioridades son que no los maten, comer algo en el día, entonces, ¿se invaden países para luchar contra el terrorismo, para matar a un tipo, para buscar armas, y no se invaden países para acabar con el hambre, para ayudar a establecer y madurar instituciones en los países sin institucionalidad ni desarrollo?
¿No será más efectivo, barato, crear puestos de trabajo en los lugares de origen? Construyendo hospitales, escuelas, carreteras... ¡ciudades inteligentes!, con esa mano de obra que -de momento- solo quiere alimento, un techo y no temer por su vida. ¿No será una mejor inversión ayudarles -trabajando todos de forma unida y organizada- a que cubran sus necesidades básicas y se conviertan en consumidores del resto de productos, en productores de bienes y servicios?
Ampliando así el tamaño del mercado global. Beneficiándose hasta los que solo piensan en dinero, a los que les gusta generar deuda, incluso a los que viven de las armas. (O)
Juan Pablo Romero Aguirre