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El Telégrafo

El Presidente irascible y el periodismo majadero

22 de octubre de 2016

Nuestro tiempo humano -que es histórico y social- se ha caracterizado por la negación al derecho a pensar y a ser. Porque ese derecho ahora ha sido reemplazado por la reclamación constante de una ‘libertad de expresión’ sin límites, convertida, de modo artificial y planeado, en uno de los referentes fundamentales que copa el imaginario popular.

El tema del sujeto y de la historia, por lo tanto, solo representa, para un sector minoritario de la sociedad y del poder, mundos subjetivos, sin sustentabilidad real o son invenciones de una nueva metafísica. Y en medio de esa disputa está la cimentación de una ‘noción de verdad ideal’ que los sectores más retardatarios del espectro ideológico enarbolan o reivindican desde sus abecedarios.

¿Qué orienta al periodismo como práctica? ¿La verdad o el sentido? Al parecer, una situación como la que pudimos presenciar en uno de los nuevos programas de entrevistas políticas que se inauguró en un canal privado, con la presencia del Presidente de la República, puede ser parte de las anomalías con las cuales el sistema construye su verdad para convencer al ciudadano.

Pero cuando hay necesidad de alguna regulación social, los ungidos del periodismo majadero apelan a las aberraciones del lenguaje y no a la verdad. ¿Se cayó durante la entrevista en el terreno farragoso de la arbitrariedad y de la insidia?

El periodismo, por supuesto, no es el espacio para meditar sobre el lenguaje, porque hay una multiplicidad de enunciados que se entrecruzan y desde los cuales la sociedad puede expresarse para llegar a acuerdos abiertos o implícitos. Una cierta corriente de pensamiento, en cambio, considera a la política como el ingrediente terapéutico que puede definir cualquier sentencia en uno u otro lado. Y el punto de la discusión es ese, cuando ambos -periodismo y política- se mezclan.

El periodista majadero jugó con el lenguaje y sus derivaciones semánticas, para ponerse al mismo nivel de la jerarquía de su entrevistado. O incluso colmarlo. Cuando la convención que respalda la ética, los principios y el respeto desapareció y la entrevista se convirtió en una pura querella, cualquier cosa podía suceder, como efectivamente pasó: el Presidente, en ese programa, llamó varias veces la atención sobre el rigor del entrevistador (que a esas alturas había mutado en contradictor) al citar algunas cifras sobre la economía del país y cuyas fuentes eran declaraciones sin fundamento o respaldo técnico de otros políticos.

El Presidente permaneció por un momento sorprendido entre la verdad, el sentido o la interpretación. Entre el ideal de esa verdad que pretendía reclamar el periodista y el sentido que podía instalarnos a los espectadores en un universo de más amplia comprensión. O entre lo que puede ser dicho y lo que se vuelve ilegítimo, porque ya no se busca que haya un acuerdo entre el significado y el sentido.

La pregunta final es: ¿Qué va a pasar cuando el Presidente ‘irascible’ ya no esté? ¿Seguirá actuando de la misma manera ese periodismo majadero para imponer su ‘verdad’ a toda costa e incidir en las decisiones de los ciudadanos, a favor de los grandes intereses por supuesto? La contestación es fácil. (O)

Santiago Rivadeneira Aguirre

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