No quiero sentar cátedra de filósofo. Ni siquiera pretendo exaltar cualidades de pensador. Sencillamente ejercer el criterio, aplicar el cacumen al sentido común, el menos común de todos en estos tiempos.
Dejemos volar la imaginación y pensemos que por un lado nos enfocamos en la concreta como se dice en el argot cubano contemporáneo e imaginemos que se tomen decisiones en la isla para poner a producir los campos.
Pensemos que podamos dejar a la gente sembrar los tomates y criar las gallinas que puedan mejorar la magra dieta del cubano y –por supuesto con el mayor respeto posible que el tiempo y la distancia me permiten- me atrevo a sugerir que se les cobren impuestos por eso, pero se les permita, bajo las regulaciones y leyes vigentes o las que aparezcan, venderlos libremente a quien tenga con qué pagar.
Admitamos que, siempre bajo las leyes y costumbres del país, se decida dar una amnistía a quienes cometieron delitos y sobrecargan las cárceles, siempre con una condición básica: que no le compliquen la vida a quienes viven en calma en la sociedad y al menos tengan un trabajo decente para ganarse el pan, o si viven del pan del de enfrente, que se muden a 90 millas a vivir con él.
Abramos el banderín y el aguante a las ideas diversas y creemos cerca del aeropuerto, en Boyeros, otra finca para el dislate, donde impere el multipartidismo y las opiniones diversas, desde la libertad irrestricta para los caimanes, hasta la diversidad de los colores urbanos.
Por supuesto, siempre al finalizar la jornada laboral y cumplir las tareas domésticas. Nos queda otro pequeño punto y es el de la libertad de expresión: creemos una publicación, bien preciada para ser comprada y financiada por quienes la lean, donde se recojan todas estas ideas exotéricas, escolásticas o hasta cotidianas: por supuesto, en papel reciclable y certificación de que las tintas no sean contaminantes o tóxicas, o al menos, si no llegamos a tanto pudieran ser laxativas y así promovemos el multiuso.
Creo que con todo eso llenamos el menú de la sociedad ideal.
Pedro González Munné*