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El Telégrafo

El medio cuestionado

04 de mayo de 2011

¿Simples comunicadores o con frecuencia actores políticos? ¿Voceros de la opinión pública, altavoces de toda la sociedad  o megáfonos subjetivos?¿Límpidos espejos del diverso colectivo? ¿Plurales o sesgo? ¿Mordazas en la boca o lenguas sin responsabilidad ni medida?

¿Libertad de expresión? ¡Derecho a la información veraz!

¿El poder mediático existe? Existe, en función de su capacidad de influencia y persuasión en el conjunto social; tal es la premisa.

Los medios bien pueden, consciente o inconscientemente, premeditado o no, para bien o para mal, influir en la percepción ciudadana, el imaginario y los rumbos colectivos que se trazan. Por lo tanto, el periodismo, y más aún su rama política, debido a que tiene mayor capacidad de incidencia en los procesos sociales que otros campos de la misma profesión, tienen en sus manos una herramienta de poder cuya fuerza y relevancia no es de poca monta en una modernidad inmersa en el fenómeno mediático. En consecuencia, el periodista, quien maneja dicha herramienta de difusión masiva, a diferencia de cualquier otro ciudadano común y silvestre que no ejerce esa profesión, se encuentra en una posición de influencia social solo comparable al poder político.

Por esta razón, a muchos periodistas podemos considerarlos actores protagonistas de la política nacional e/o internacional, en toda la extensión de la palabra. Ante este hecho, periodistas y empresas de comunicación tendrían la obligación ética, en primer lugar, de asumir el poder de influencia que detentan y, por lo mismo, aceptar la responsabilidad sobre la información que emiten, precisamente para garantizar el correcto empleo de dicho poder.

En segundo lugar, de dejar de aferrarse a su autoproclamada y exclusiva función de entes cuestionadores, para convertirse, también, en virtud del equilibrio, en cuestionados (y sin que eso signifique violentar sus derechos, sino resguardar los de la colectividad), toda vez que manejan un importante instrumento de incidencia social.

Solo cuando los medios dejen de esquivar, bajo pretexto de libertad de expresión, la regulación de un servicio público, cuya ausencia ha promovido su mal uso y ha distorsionado el rol de la comunicación, para comenzar a operar dentro de un marco legal que impida traspasar la delgada línea que separa el derecho ciudadano a la información veraz, de la persuasiva imposición de ideas y criterios, entonces podremos dejar de sugerir que muchos medios detentan un poder que no lo asumen y que son actores políticos sin representación democrática, pero con licencia para no rendir cuentas.

Mientras tanto, solo quedan preguntas: ¿Son los medios de comunicación claros espejos informativos de la realidad plural? ¿Por qué muchos periodistas se asumen como la voz del pueblo? ¿Cuál es su representatividad?; si es incierta, ¿pueden emitir juicios de valor en nombre de toda la sociedad y fungir de voceros de la opinión pública? ¿Se destacan unas noticias y se minimizan otras; se sobreexpone una visión y se invisibiliza la contraria? ¿Más peso por aquí, menos peso por allá? ¿Balanzas calibradas o numerosos comunicadores analizan con un solo ojo? ¿El periodista es siempre objetivo o se da el caso que asume su subjetividad como objetividad? ¿Su opinión personal, e inclusive sus suspicacias, se convierten en noticia objetiva? ¿Siempre han sido responsables de sus palabras y se hacen cargo de ellas?

Muchas preguntas. Silencio periodístico.

MARTÍN ESPINOSA PONCE
C.C. 1705044350

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